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Una nación relativamente pequeña, mal situada en un extremo del mundo viejo, y que además pretendía unificarse expulsando a los españoles hebreos y musulmanes por ser de distinta religión, emprendía al mismo tiempo la empresa de colonizar medio globo y de mantener bajo su autoridad lejanas naciones europeas que no eran de su idioma ni de su raza.

A nuestra izquierda se extendia, hácia el N.-E., lo que se llama el valle, que es una sucesion de planos inclinados, ascendentes hácia lejanas neveras, muy accidentados y cubiertos de aldeas y chalets en gracioso desórden, pequeñas praderas y muchas plantaciones de legumbres, árboles frutales y cereales.

Así, en conversación animada, subieron al Gólgota. El sol, condenado a alumbrar el mundo durante aquel día terrible, se había ya ocultado tras las colinas lejanas. En el firmamento, hacia el Oeste, llameaba, semejante a un rastro de sangre, una ancha banda roja. Sobre el fondo del cielo se destacaban vagamente las cruces. Al pie de la de en medio podían distinguirse siluetas humanas prosternadas.

Al detenerse, renacía el silencio: «un silencio de dos mil años», según pensaba Ferragut. Y en este silencio antiguo sonaban voces lejanas con la violencia de una agria discusión.

Los formulismos legales acompañaban a los aventureros en sus lejanas empresas. El escribano era un personaje importante en toda expedición. Los Reyes Católicos habían recomendado, al iniciarse los descubrimientos, que se procediese con dulzura en el trato de los indígenas.

La civilización procede de la India, pero los pueblos asiáticos no pudieron hacer el aprendizaje de navegantes en unos mares donde las costas están muy lejanas unas de otras y los monzones del Océano Indico soplan seis meses seguidos en una dirección y seis meses en otra. Solamente al llegar al Mediterráneo, en sus emigraciones por tierra, el hombre blanco había querido ser marinero.

Pero antes es necesario que aprendas también a conocer la vida. ¿Y en qué conoces la vida mejor que yo? exclamé, siempre con altanería. Ella se contentó con sonreír, y esa sonrisa de una tristeza tan dulce, me dio un golpe en el corazón. Tuve un vago presentimiento, apenas perceptible, como el que se podría experimentar al ver un templo cerrado o islas lejanas rodeadas de palmeras.

Así los sabios del país podrían enterarse, gracias á sus confidencias, de la civilización de los Hombres-Montañas. Después de redactar este documento sólo durmió unas horas. Debía partir al amanecer en la máquina volante que hacía el viaje á una de las ciudades más lejanas de la República. Le aguardaban allá para que diese, ante un público inmenso, otra de sus conferencias sobre el coloso.

Por la tarde iba a la escuela a admirar a los niños chinos, declinando once horas seguidas. Y, después del refectorio, paseando por el claustro, escuchaba historias de lejanas misiones apostólicas, en el «País de las hierbas», las prisiones soportadas, las marchas, los peligros, en fin, todas las crónicas heróicas de la Fe.

Cuando entró con su padre, don Alejandro y su amigo el comandante discutían sobre unas noticias políticas que el primero acababa de leer en los periódicos, y Nieves, sentada en el balcón, se adormecía al arrullo de las lejanas rompientes de la mar... Leto, que cabalmente flaqueaba por el lado de la travesura para entretener a las mujeres, y aquella noche mucho más, iba y venía de la sala al balcón y del balcón a la sala, pescando aquí dos palabras y dirigiendo allá otras dos a Nieves que estaba muy poco habladora.