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-Léamela vuesa merced, señor gentilhombre -dijo Teresa-, porque, aunque yo hilar, no leer migaja. -Ni yo tampoco -añadió Sanchica-; pero espérenme aquí, que yo iré a llamar quien la lea, ora sea el cura mesmo, o el bachiller Sansón Carrasco, que vendrán de muy buena gana, por saber nuevas de mi padre. -No hay para qué se llame a nadie, que yo no hilar, pero leer, y la leeré.

Finge que estás dormido; que estás enfermo; que no quieres levantarte, lo que sea mejor, ¡pero no salgas! Siéntate aquí, a mi lado, en esta silla.... No, Rorró. Me voy, y no cuándo volveré. ¿Irás a verme? ... ¿no es verdad? Me escribirás.... Llevo tu retrato, y lo miraré a todas horas, y leeré tus cartas hasta que me las sepas de memoria.

Sepa Doña Blanca que yo rescato misteriosamente á nuestra hija. Sepa también que si no admite el rescate, romperé todo freno; lo diré todo; seré capaz de una villanía; la deshonraré en público; leeré á D. Valentín cartas que aún de ella conservo; haré doscientas mil barbaridades. Vamos, hombre, modérate. En seguida iré á hablar con Doña Blanca. Ella es madrugadora.

¿No quieres revelar su nombre? Sin embargo, de todos modos lo sabré, continuó el médico con una mirada llena de confianza, cual si el destino lo hubiera decretado así. No lleva ninguna letra infamante bordada en su traje, como ; pero yo la leeré en su corazón. Pero no temas por él.

Aquí tiene usted mi comedia; ó, mejor dicho, «nuestra comedia». Muy bien; la leeré otra vez. Y suponiendo que le guste á usted mucho, ¿cuándo podrá representarse? La temporada próxima. ¡Un año perdido, ó dos... ó acaso tres!... Bueno, á la juventud, para la que toda la vida es porvenir, el tiempo no le importa.

17 Entonces Daniel respondió, y dijo delante del rey: Tus dones sean para ti, y tus presentes dalos a otro. La escritura yo la leeré al rey, y le mostraré la declaración. 18 El Altísimo Dios, oh rey, dio a Nabucodonosor tu padre el reino, y la grandeza, y la gloria, y la hermosura. 19 y por la grandeza que le dio, todos los pueblos, naciones, y lenguas, temblaban y temían delante de él.

Este niño se llama realmente Martín López de Zalacaín y será de ese caserío que está ahí cerca del portal de Francia. , señor; de ahí es. Pues conozco su historia, y López de Zalacaín ha sido y López de Zalacaín será, y si quiere usted mañana vaya usted a mi casa y le leeré a usted un papel que copié del archivo del Ayuntamiento acerca de esa cuestión.

Pues, ¿vaya que no sabe V. otra cosa? ¿Qué? Que Clara me ha contestado. La contestación vino ayer por el aire, como la carta primera que juntos leímos. ¿Tienes ahí la nueva carta? , tío. ¿Quieres leerla? No lo merece V.; pero yo soy tan buena, que la leeré. Lucía sacó un papel de su seno. Antes de leer, dijo: En verdad, tío, esto me pone muy cuidadosa y sobresaltada.

No la leeré replicó Jacques rechazando la mano de Calvat que le tendía la carta . ¡Sal de aquí al instante, y te prohibo que vuelvas jamás a poner los pies en mi casa! Ya me volverás a llamar, y como no soy rencoroso, volveré a tu primera palabra. Esa carta es de Pierrepont dirigida a tu mujer. Ahí te la dejo. La arrojó sobre la mesa y salió del taller.

De repente una idea poco digna, pero disculpable en la situación en que me encontraba, me llevó a su dormitorio: «En el armario me había dicho, encierra el cofrecillo donde tiene el retrato que besa, y los papeles que lee llorando. Si es necesario forzaré el armario y conoceré a ese hombre, leeré esas cartas, sabré a qué atenerme