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Cierto, ciertísimo, lector pío y discreto, que peca de inmoral y merece toda censura el autor que encomia a los ladrones y recomienda sus hurtos y los facilita; o el que protestando contra ellos y reconociendo su inmoralidad, traza, sin embargo, con buenas intenciones y poquísima prudencia, cuadros de peligrosa belleza, de tentación seductora, que ejercen sobre el lector incauto, y aun sobre el que por tal no se tiene, la atracción siniestra del abismo.

En la presente hemos procurado reproducir, hasta donde es posible, las peculiaridades del estilo de Hawthorne, nada sencillo por cierto, antes al contrario, elaboradísimo y abundante en toda clase de metáforas, imágenes y comparaciones. Si lo hemos conseguido, el lector lo dirá. Julio de 1894.

Dice usted muy bien, señor don Cándido. Aquí recapacité, coordiné mis ideas un momento, y de la manera que el lector va a ver, enderecé poco más o menos a mi joven cliente por la vía de la gloria literaria, a la cual, si él sigue y observa mi reglamento, temprano o tarde debe sin duda llegar.

Se levantaba del medio de la taza un surtidor tan gigantesco como el que hay ahora en la Puerta del Sol, pero con la diferencia de que el agua del de la Puerta del Sol es natural y ordinaria, y la de éste era agua de olor, y tenía, además, en misma todos las colores del iris y luz propia, lo cual, como ya calculará el lector, le daba un aspecto sumamente agradable.

Antes de pasar más adelante, debe saber el lector que, desde tiempo inmemorial, existe entre los mareantes de la calle Alta y los de la del Mar, barrios diametralmente opuestos de Santander, una antipatía inextinguible. Cada barrio forma cabildo aparte, y no han querido para los dos un mismo patrono.

Un día llevó D. Diego á su hijo D. Fadrique á la pequeña ciudad, que dista dos leguas de Villabermeja, cuyo nombre no he querido nunca decir, y donde he puesto la escena de mi Pepita Jiménez. Para la mejor inteligencia de todo, y á fin de evitar perífrasis, pido al lector que siempre que en adelante hable yo de la ciudad entienda que hablo de la pequeña ciudad ya mencionada.

Körner quiso lucirse entre montañeses rudos, y como allí no le valían sus habilidades de dilettante de varias artes y lector sentimental, tuvo que aprovechar otras cualidades, más apreciables en aquella tierra, como, v. gr., la gran fortaleza y capacidad de su estómago.

En el que todos quedan satisfechos menos el lector

Bajo sus reinados acontecen la solemne embajada del Gorziense, aquellas legacías y comisiones de prelados, como las de los obispos Ermenhardo, Juan, Recemundo, Dudo, etc., entre los califas y los emperadores de Alemania y Constantinopla, en que el arte y sus bellezas figuran tanto; aquellos agasajos contínuos entre infieles y cristianos, en que se comercia por una parte con las santas reliquias de los mártires, haciendo alarde de civilidad y tolerancia; aquel incesante acudir de los cristianos á la corte de los califas, á la nueva Atenas, buscando la salud , buscando alianzas y proteccion , buscando la luz de las ciencias y de las artes ; aquel interminable despuntar de genios en todos los ramos del humano saber, á quienes aun hoy el mundo venera: hechos todos de que hemos dado ligera noticia al lector en el discurso del capítulo precedente.

Pero entre todos los modos de vivir, ¿qué me dice el lector de la trapera que con un cesto en el brazo y un instrumento en la mano recorre a la madrugada, y aún más comúnmente de noche, las calles de la capital? Es preciso observarla atentamente.