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El champaña acabó de trastornar a Gallardo, y cuando se levantó de la mesa dio el brazo a la dama, asustándose de su propia audacia. ¿No se hacía así en el gran mundo?... El no era tan ignorante como parecía a primera vista. En el salón donde les sirvieron el café vio el espada una guitarra, la misma, sin duda, con que daba sus lecciones el maestro Lechuzo.

Daban en Madrid, por los fines de julio, las once de la noche en punto, hora menguada para las calles , y, por faltar la luna, juridición y término redondo de todo requiebro lechuzo y patarata de la muerte.

Sus criados, unos mozos que han venido con ella, estirados y serios como lores, van puestos de frac, con grandes bandejas, repartiendo copas a las bailaoras, que, en plena jumera, les tiran de las patillas y les echan huesos de aceituna a los ojos. ¡Unas juergas de lo más honestas y divertidas!... Ahora doña Sol recibe por las mañanas al Lechuzo, un gitano viejo, que da lecciones de guitarra, maestro de los más castizos, y cuando no la encuentran sus visitas con el instrumento en las rodillas, está con una naranja en la mano. ¡Las naranjas que lleva comidas esa criatura desde que llegó! ¡Y aún no se ha hartado!...

En la puerta pendía colgado de una espetera un manojo de plumas de ganso, y en lo más profundo y más lóbrego de la tienda lucían como los ojos de un lechuzo en el recinto de una caverna, los dos espejuelos resplandecientes de don Anatalio Mas, gran jefe de aquel gran comercio. Enfrente había una tienda de comestibles; pero de comestibles aristocráticos.

Estos y otros dos, que Lázaro no había visto nunca, subieron. Coletilla les había sentido en su sueño de lechuzo, y despertando súbitamente se adelantó hacia la puerta. ¡Hola, ustedes!... exclamó de repente; pero mudando de tono en un instante brevísimo, dijo con afectada frialdad ó indiferencia: ¿Qué se les ofrecía á ustedes?

La piel de la frente era amarilla y arrugada como las hojas de un incunable; y mientras hablaba, esta piel se movía rápidamente y se replegaba sobre las cejas formando una serie de círculos concéntricos alrededor de los ojos, que remataban en semejanza con un lechuzo. Vestía de negro, y en la cabeza llevaba una gorrilla de terciopelo.

Lázaro acababa de acostarse en la suya, tratando de reparar las fuerzas perdidas; su tío velaba sentado en el sillón de vaqueta que junto á la cama tenía, y se ocupaba en hojear unos papeles, leyendo á ratos y escribiendo un poco algunas veces. De repente el viejo se volvía; miraba á su sobrino, que no podía librarse de cierto temor cuando veía, dirigidos hacia él aquellos dos ojos de lechuzo.

Peor les trata <i>El Robespierre Español</i>, que dice: «<i>El antiguo edificio romanesco-gótico-moruno de las preocupaciones caerá, y quedaranse a la luna de Valencia tanto vampiro, cárabo y lechuzo como...</i> Lámparas mata y el aceite chupa». Pero veamos qué dice <i>El Concisín</i>.