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En aquella época, bueno será que le advierta, que me complacía en andar muy lechuguino o sietemesino, como ustedes dicen ahora, cosa que tenía siempre escamada a mi pobre mujer. ¿Para qué te compones tanto, hombre de Dios? ¿Vas de conquista? ¡Quién sabe! contestaba riendo y dejándola un poco enojada. No es malo tener a las mujeres un si es no es celosas.

No quiero que se diga que la sátira se ha fraguado en mi casa dijo doña Flora . En paz con todo el mudo es mi mote, y si a mis tertulias van tantas personas honradas y discretas es por pasar el tiempo cultamente, y no para enredos e intriguillas. Es preciso defender la libertad hasta en las tertulias dijo un obispo, o un lechuguino, que esto no lo recuerdo bien.

Quédense ustedes.... Ya ha pasado la hora de paseo. No puedo dijo Castro . Hoy como en casa de su hermano. ¡Ah! verdad que es sábado, no me acordaba. ¿Come usted todos los sábados en casa de tía Clementina? preguntóle por lo bajo Esperancita con inflexión extraña. El lechuguino la miró un instante. Casi todos como en casa de su tío Tomás. Tía Clementina es muy guapa y muy amable.

La conversación con Pepe Castro, que tenía a su izquierda, era más animada. ¿Por qué no aconseja usted a Arbós que coma más carne? le preguntaba el lechuguino al oído. ¿Para qué? Para lo que se come carne generalmente; para nutrirse y adquirir fuerzas con que soportar las fatigas que nuestros deberes nos imponen.

En aquella época, bueno será que le advierta, que me complacía en andar muy lechuguino o sietemesino, como ustedes dicen ahora, cosa que tenía siempre escamada a mi pobre mujer. ¿Para qué te compones tanto, hombre de Dios? ¿Vas de conquista? ¡Quién sabe! contestaba riendo y dejándola un poco enojada. No es malo tener a las mujeres un si es no es celosas.

De las sonrisas y los saludos poco se tardó en pasar a las buenas palabras: Bonifacio y otros señores de su palco reían discretamente los chistes con que Mochi se burlaba con disimulo de la orquesta, que era indígena y desafinaba como ella sola; un lechuguino, que tenía fama de hacer grandes y muy valiosas conquistas entre bastidores, se atrevió a servir de intérprete, a su modo, entre el tenor y un trompa a quien el artista dirigió una cortés reprimenda en italiano.

No hay necesidad de indicar, por lo tanto, que su pasión casamentera les costó no pocos disgustos. Cuando algún lechuguino sentía brotar en su pecho la llama del amor, lo primero que hacía era mostrársela a las de Meré. Carmelita, estoy enamorado. ¿De quién, corazón, de quién? preguntaba la anciana con vivo interés. De Rosario Calvo. ¡Ajá! Buen gusto ha tenido el picarón.

No era que el lechuguino supiera mucho de la lengua del Dante, pero lo suficiente para comprender que al hablar de missure, Mochi se refería a los compases; mas los conocimientos lingüísticos del trompa no llegaban allí.

El calavera silvestre es el gato del lechuguino: así es que éste le ve con terror; de quimera en quimera, de qué se me da a en qué se me da a , para en la cárcel; a veces en presidio, pero esto último es raro: se diferencia esencialmente del ladrón en su condición generosa: da y no recibe; puede ser homicida, nunca asesino. Este calavera es esencialmente español.

El día anterior, el lechuguino, que en vano había querido conquistar a la Gorgheggi, había dicho en la tienda de Cascos: Estos señores creen que usted se entiende con la tiple, Sr. Reyes; pero yo defiendo la virtud de usted... y le ayudo en su campaña para desarmar la calumnia. Y mi argumento es este: «El Sr.