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Ya no irá á despertarlos en su lecho La brisa matinal embalsamada, Ni oirán cantar en su pajizo techo El gallo anunciador de la alborada. Ya no recibirán junto á su hoguera De la esposa solícitos cuidados, Ni sus hijos despues de larga espera En sus rodillas se verán sentados.

Fuera, espesos copos de nieve continuaban cayendo del cielo, depositándose en el borde de las ventanas, y a cada instante se veía partir un trineo silenciosamente con un enfermo sumergido en un lecho de paja; unas veces era una mujer y otras un hombre los que conducían al caballo de la brida. Catalina, sentada cerca de la mesa, doblaba los vendajes con aire preocupado.

Los niños vivian. Para arrancárselos á la mujer que ocupaba el lecho, fué necesario enderezar aquellos brazos rígidos, que tenia presas á las dos criaturas. Para arrancar esas criaturas á la mujer que ocupaba aquel lecho hediondo, fué necesario luchar con su cadáver. Aquella madre abrigó á sus hijos con su desnudez; los calentó con su propio frio, con el frio de la muerte.

10 Entonces los judíos decían a aquel que había sido sanado: Sábado es; no te es lícito llevar tu lecho. 12 Y le preguntaron entonces: ¿Quién es el hombre que te dijo: Toma tu lecho y anda? 13 Y el que había sido sanado, no sabía quién fuese; porque Jesús se había apartado de la multitud que estaba en aquel lugar. 15 El se fue, y dio aviso a los judíos, que Jesús era el que le había sanado.

Y desde que el espíritu humano empezó en Europa a desbordar el dogma, lecho de Procusto en que lo mantenían las iglesias cristianas, todas las instituciones medioevales, políticas, económicas y sociales estuvieron condenadas a desaparecer o a transformarse en sentido democrático, según el rumbo de las concepciones filosóficas y la seducción permanente de aquellas primeras y gloriosas repúblicas de la antigüedad, que alumbraron los destinos de la especie humana con tan refulgentes resplandores de pensamiento, de belleza, de gracia y de libre energía creadora.

Salióle su temor tan verdadero y su sospecha tan cierta, que, apenas hubo entrado su señor en el lecho, cuando dijo: ¿Qué te parece, Sancho, del suceso desta noche?

Fue quizá la mayor y más duradera su desmedida afición al café, afición contraída en el negocio de ultramarinos, en las tristes mañanas de invierno, cuando la escarcha empaña el vidrio del escaparate, cuando los pies se hielan en la atmósfera gris de la solitaria lonja, y el lecho recién abandonado y caliente aun por ventura, reclama con dulces voces a su mal despierto ocupante.

A todo esto no respondió don Quijote otra palabra si no fue dar un profundo suspiro, y luego se tendió en su lecho, agradeciendo a los duques la merced, no porque él tenía temor de aquella canalla gatesca, encantadora y cencerruna, sino porque había conocido la buena intención con que habían venido a socorrerle.

Al alba poco más o menos, Rosalía, vencida del sueño, se adormeció en un sillón frente al lecho conyugal donde el bueno de Thiers reposaba, aletargado ya; y lo mismo fue caer la señora en aquella modorra que empezará ver al Torres y su barba y nariz famosas.

Por cierto que la noble señora estuvo á punto de caer desfallecida á influjo de impresión tan penosa. Á duras penas pudo llegar hasta su habitación y meterse en el lecho.