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Sin embargo, a pesar de que, como sabemos, gran parte del teatro de Lope está irreparablemente perdido, nos son conocidos los títulos de setecientas veintiséis comedias y de cuarenta y siete autos, y en la actualidad aún poseemos muy cerca de quinientas de las primeras.

Ya no pueden amedrentar á los lobos carniceros las piedras diestramente despedidas de las hondas, porque las manos de los pastores están derribadas por el suelo.

La victoriosa expedición de Alfonso VI, coronada en 1085 con la toma de Toledo; los terribles ataques de Alfonso I, que ciñó en sus sienes las coronas de Aragón, León y Castilla, humillaron de tal manera á los mahometanos, que en adelante se vieron obligados á renunciar á todo plan de conquista.

Como premio por sus atropellos en las elecciones, le había prometido el indulto, y Bolsón, que se sentía viejo y ansiaba vivir tranquilo como un labrador honrado, obedecía al señor todopoderoso, creyendo en su rudeza que cada barbaridad, cada crimen, aceleraba su perdón.

Viendo aquellos trebejos, se podría sospechar que el tal Arte había sido encarcelado allí para expiar las culpas que alguna vez, por andar en malas manos, ha podido cometer. En esta mazmorra de Gutenberg fue metido Mariano para su aprendizaje.

El mal principio rechazado por esta religión es el orden natural de la sucesión de las cosas, de acuerdo con el cual las semillas producen una cosecha de su especie.

Una vez que fué cosido el último papelito, se preparó la cena, y tras ella, el baile, que duró hasta las dos de la madrugada. Antes de despedirnos de Sariaya, no podemos menos de citar dos nombres. El Padre Juan Bellón, y el capitán Perto. El primero, es un santo, el segundo, un modelo de buenos Gobernadorcillos. De Sariaya á Tiaong. Monotonía del camino. Diversidad del resto de la provincia.

Con frecuencia en estos casos, es muy útil antes y despues de zinc y aun quizá de indigo. La nuez vómica no es siempre el mejor medicamento en las afecciones de la médula espinal.

Un campanillazo la separó de , y yo tomé el sombrero y me fuí a la casa de Castro Pérez. Aun no llegaba el jurisperito. En la puerta estaban, las señoritas. Salían de arreglar el despacho. Al verme se detuvieron a charlar conmigo. Tarde viene usted.... ¿Tarde? Acaban de dar las nueve....

Los presentes no pueden hacerse cargo de aquellos magníficos barcos, ni menos del Santísima Trinidad, por las malas estampas en que los han visto representados.