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Apenas sirvieron la sopa, se dejó oír el himno de D. Gaspar. Comenzaba por una especie de recitado de notas lúgubres, prolongadas, ejecutado por un tenorete, ebanista de oficio. Decía, si no recordamos mal: «Peñascosa, triste ayer, Hoy venturosa, Sacude la apatía en que vivió, Y se lanza al progreso entusiasmaaaada Y se laaaanza al progreso con ardor

Oyéronse numerosos disparos, pero ninguno alcanzó al loco, el cual, alzándose sobre los estribos en plena carrera, se volvió, y agitando la lanza con aire altanero, prorrumpió en un ¡hurra! con esa voz penetrante de la garza que logra escaparse de las garras del águila y hiende los aires velozmente.

Esto hicieron aquellos tres valientes. 20 Y Abisai, hermano de Joab, era cabeza de los tres, el cual blandió su lanza sobre trescientos, a los cuales hirió; y fue entre los tres nombrado. 22 Benaía hijo de Joiada, hijo de varón de esfuerzo, de grandes hechos, de Cabseel; él venció los dos leones de Moab; también descendió, e hirió un león en mitad de un foso en tiempo de nieve.

Por esto saltó del caballo, arrojó la lanza y embrazó el escudo, y, desenvainando la espada, paso ante paso, con maravilloso denuedo y corazón valiente, se fue a poner delante del carro, encomendándose a Dios de todo corazón, y luego a su señora Dulcinea.

Y, volviéndose al leonero, le dijo: ¡Voto a tal, don bellaco, que si no abrís luego luego las jaulas, que con esta lanza os he de coser con el carro!

6 Y el joven que le daba las nuevas respondió: Casualmente vine al monte de Gilboa, y hallé a Saúl que estaba recostado sobre su lanza, y venían tras él carros y gente de a caballo. 7 Y cuando él miró atrás, me vio y me llamó; y yo dije: Heme aquí. Y yo le respondí: Soy amalecita. 11 Entonces David trabando de sus vestidos, los rompió; y lo mismo hicieron los hombres que estaban con él.

Se encuentran en tal lugar trastos viejos, pedazos de lanza enmohecidos, trozos de casco y espadas de dos varas de largas en forma de cruz.

El arquero Simón, que figuraba en primera línea con Reno, Tristán y otros camaradas, no escaseaba sus comentarios más encomiásticos sobre el talante del desconocido y la maestría con que momentos antes había manejado caballo y lanza. Á fuerza de mirarle pareció despertarse un confuso recuerdo en la memoria del veterano.

Nada era tan común en aquellos tiempos como interpretar todas las apariciones meteóricas, y todos los otros fenómenos naturales, que ocurren con menos regularidad que la salida y la puesta del sol y de la luna, como otras tantas revelaciones de origen sobrenatural. Así es que una lanza brillante, una espada de llamas, un arco, ó un haz de flechas, pronosticaban una guerra con los indios.

Y no porque su razón no concuerde con la nuestra, sino porque son otros los datos de sus sentidos. No llegan con la vista al sol, ni a la luna, ni a las estrellas, por donde los torrentes de luz ardorosa que lanza sobre ellos el primero, y la luz tibia y plateada en que los baña la luna, proceden para ellos de un manantial oculto. Así es que forman mil hipótesis para explicarlo.