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Juan está completamente hundido en el tupido follaje, y deja que los pámpanos, que tiemblan y se agitan al soplo de su aliento le acaricien el rostro. Gertrudis lanza de tiempo en tiempo una mirada furtiva a los dos hermanos; se la podría tomar por una criatura indisciplinada que quiere hacer alguna travesura, pero cerciorándose antes de que nadie la vigila.
Me placía dibujarla en la corteza de los árboles... Gertrudis lanza un profundo suspiro y cierra los ojos. Y sigue la lectura, con los sueños del joven molinero ebrio de amor, hasta este grito de alegría, que domina el canto de los pájaros, el murmullo del arroyo, el ruido de las ruedas. ¡La hermosa molinera es mía!
Si se descuida se le lanza de vez en cuando un par de miradas terribles, como diciendo al público: ¡Ven ustedes qué hombre! Esto es; de modo que el apuntador vaya tirando del papel como de una carreta, y sacándole a usted la relación del cuerpo como una cinta. De esa manera, y hablando él altito, tiene el público, el placer de oír a un mismo tiempo dos ejemplares de un mismo papel.
7 sino que el que quiere tocar en ellas, se arma de hierro y de asta de lanza, y son quemadas en su lugar. 10 Este, levantándose, hirió a los filisteos, hasta que su mano se cansó, y quedó pegada su mano a la espada. Aquel día el SE
Por encima de los remolinos y torbellinos es donde las danzas de las ninfas, vistas por la imaginación de los poetas, deben ser interminables porque el agua da vueltos sin fin en un círculo sin salida. Al pie de una cascada, un promontorio de rocas, sitiado por el espumoso torrente, protege con su masa un hoyo tranquilo donde ruedan las aguas que la corriente lanza lateralmente.
El primer caballero que corrió lanza le hizo perder los estribos, y el segundo le tiró por las ancas del caballo á tierra, las piernas arriba, y los brazos abiertos. Volvió á montar Itobad, pero haciendo tan triste figura, que todo el anfiteatro soltó la risa.
Muchas familias de rancia nobleza habían guardado la propiedad feudal, las grandes extensiones adquiridas por sus ascendientes, con sólo galopar, lanza en ristre, matando moros.
La cascada de los Peregrinos es determinada por un torrente que, descendiendo á saltos y casi perpendicularmente por entre las fracturas del cerro, recoge sus aguas en una especie de taza granítica, en el fondo de una rambla profunda, destrozada y sombría, y se lanza luego en semicírculo á una hondura de 50 metros, escondiendo su hermoso chorro entre una vegetacion enteramente agreste.
Sus lágrimas son cada vez más abundantes y su cuerpo tiembla todo; busca un apoyo y se inclina hacia atrás. Juan lanza un grito de angustia, y, de un salto, se precipita para recibirla en sus brazos. ¡Por el amor de Dios, Gertrudis! dice con la voz trémula, respirando con esfuerzo. Un sudor frío cubre su frente.
Al frente de una escuadra de negros, que eran su guardia, ataca cimitarra en mano, formando en torno de él un círculo de cadáveres; pero al fin un sollerense le atraviesa el pecho con su lanza, y al caer huyen los invasores, perdiendo su estandarte. Un nuevo enemigo les cierra el paso cuando escapan hacia la costa para salvarse en sus navíos.
Palabra del Dia