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Se daba un banquete en el nuevo edificio de las escuelas para inaugurarlo: a los tres o cuatro días se recibía el periódico de Lancia con la consabida carta publicando los brindis y los sonetos improvisados. Se caía un albañil de un andamio; comunicado de don Rosendo pidiendo más garantías para los albañiles que se ponen en los andamios.

En cuanto se casen mis hijas, en vez de pasar el verano en Sarrió, donde se guardan las mismas etiquetas que en Lancia, me iré a Rodillero a respirar aire fresco y a pescar robalizas. Atiende, Micaela, no seas tan viva, mujer... Comprende que a tu marido no le han de gustar esas genialidades; querrá que le contestes con razones...

Lancia, como capital de provincia, aunque no de las más importantes, es población donde ya en 185... se había aprendido a trasnochar. Pero la gente se metía desde primera hora en algunas tertulias y sólo salía de ellas a las once para cenar y acostarse.

Empezamos a tratar la cuestión de convento. Yo quería entrar en las Agustinas de Lancia, pero él me dijo que conocía un convento de Carmelitas en Astudillo que era el que me convenía. Era un convento que no tenía más que diez o doce monjas, muy tranquilo, muy apartado, un verdadero rinconcito del cielo, como él decía. Se ofreció a acompañarme.

Había llegado Obdulia a los veintiocho años sin que hubiera tenido más que unos amores, cuando contaba diez y siete. Fue novia de un mancebo de Lancia que pasaba en Peñascosa largas temporadas en casa de unos amigos. Llegaron estos amores a formalizarse. Se habló de boda, se hizo ropa la novia, se fijó la época.

Si a uno le tocaba la lotería, si a otro le daban un buen empleo, si el de más allá se casaba con una mujer rica o adquiría gran caudal con su industria, o se hacía famoso por su talento, la delicadeza exquisita de los habitantes de Lancia se sobresaltaba y procuraba, rebajando el dinero, el talento, la instrucción o la industria de su vecino, poner las cosas en su verdadero sitio.

Pero al mismo tiempo era válida la voz de que la viuda del indiano aborrecía de muerte a Lancia desde la humillante farsa con que sus compatriotas la habían regalado al casarse. El hecho de no haber venido cuando la muerte de su padre, acaecida el año anterior, lo dejaba bien probado.

Acostumbraban éstos aprovecharse de su amabilidad cuanto podían; recreábanse en su casa, gozaban de la compañía y conversación de las jóvenes más bellas de Lancia, concertaban algunos su matrimonio, y luego que lo realizaban, o porque sus negocios o su edad les impedían asistir a la tertulia, si te vi, no me acuerdo; apenas las saludaban en la calle.

Exijo, pues, como condición para que la niña vuelva a ser lo que era que rompas inmediatamente con Fernanda y no te acuerdes más de ella. ¡Pero Amalia! exclamó con acento dolorido. Bien comprendes que es imposible. Mi boda está concertada; lo sabe ya todo Lancia: Fernanda me espera en Madrid; faltan muy pocos días... Aunque faltase un minuto. Esa boda no se celebrará.

Además, en sus corazones no cabía rencor, ni siquiera hostilidad; las bromas no las ofendían. ¡Y cuidado que algunas eran bien pesadas! La que les dio Paco Gómez en cierta ocasión hizo raya: aún se cuenta con regocijo en Lancia.