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En amaneciendo fueron costeando lo restante de esta bahia: á las ocho bajó la lancha, sin poder sacarla hasta las dos y media de la tarde, que creció la marea, y rodeada toda la bahia, se volvieron al navio, y en toda ella no hallaron agua dulce, ni leña, sino tal cual matorral de sabina y espino.

Contó que, habiendo zozobrado la lancha, él tuvo que optar entre la salvación de su hijo y la de todos los demás, decidiéndose por esto último, en razón de ser más generoso y humanitario. Adornó su leyenda con detalles tan peregrinos, tan interesantes y a la vez tan verosímiles, que muchos se lo creyeron.

El capitán y el médico estaban hablando sentados los dos en sillas de lona al socaire de la ballenera, y no vieron a los marineros y a los chinos que avanzaban por el otro lado de la lancha grande. Les avisamos con un grito; Zaldumbide agarró el rebenque y se lanzó hacia proa repartiendo chicotazos a derecha y a izquierda.

Dos hombres en una lancha recorrieron con un largo remo el fondo, sin dar con el cuerpo del desgraciado joven. Al cabo tropezaron con él. Se trajo un gancho, y tirando lo sacaron a flote en el mismo momento en que don Melchor, demudado, convulso, sin sombrero, llegaba al muelle, noticioso del terrible lance. ¡Hijo de mi alma! gritó el pobre anciano al ver sobre el agua el cadáver de su sobrino.

También se le ocurrió, como hijo que era de matriculado y marisco por los cuatro vientos, solicitar, á ejemplo de muchos de sus compañeros, un puesto y quiñón correspondiente en una lancha pescadora; pero esto le ocuparía demasiado. Tendría que esperarla todas las noches, limpiarla y vigilarla todo el año y desenmallar sardina en el verano.

La lancha resistió felizmente; pero iban señoras y niños dentro, cuyos gritos de terror me llegaron al alma. «No se asuste, blanco», me dijo uno de mis marineros, negro viejo que no hacía nada, mientras sus compañeros se encorvaban sobre el remo. Sonrío hoy al recordar la cólera pueril que me causó esa observación, y creo que me propasé en la manera de manifestársela al pobre negro.

Pa eso hay otros primero que , que tienes que atender al aparejo y á la lancha y á tu obligación. No diré que no me viniera bien uno ó dos ó medio; pero si no me le dan, ¿por qué le he de echar la culpa á quien no la tiene? ¿Y por qué en lugar de dar nos piden? Ese es otro cuento.... Y al último, al que no tiene el rey le hace libre. Ya te lo dirán de misas.

Todo esto fué rapidísimo, casi instantáneo, sucediéndose las imágenes con una velocidad que las fundía unas en otras. Sólo recuerdo el salto grotesco y horrible, un salto de fusilado, que dió la víctima al desaparecer bajo el automóvil con los brazos abiertos. El vehículo se levantó como una lancha sobre una pequeña ola. Pero esta ola era sólida, y su dureza pareció crujir.

Milord, cuando usted quiera marcharse, le espero en la lancha... Usted no se perderá ya en el camino y yo tengo necesidad de ver al comandante, que vive al otro lado del presidio... Tardaré una hora. Tómese usted el tiempo necesario... Yo no saldré hasta la hora reglamentaria... Á las seis... Ya estará oscuro. Que se vaya con usted el marinero.

Pero notaba yo que no se valía más que de un brazo para agarrarse, y no sacaba el otro hacia el remo, ni le movía para ayudarse. «¡Anade y atráquese le gritaba yo, hasta que llegue á darle una mano, que dispués ya podrá agarrarse á la lancha!. ¡Qué más quisiera yo que poder anadar, retiña! me respondió. Pues ¿por qué no puede? Porque me jalan mucho los calzones.