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Candido vertia amargas lágrimas diciendo: ¡Oh mi amada Cunegunda! ¿con que es fuerza que te abandone quando iba el señor gobernador á ser padrino de nuestras bodas? ¿Qué va á ser de mi Cunegunda, que de tan léjos habia traído?

Entonces la diabla se convertía en la mujer de la voz de madre, y las lágrimas de voluptuosidad de Bonis dejaban la corriente a otras de enternecimiento anafrodítico; se le llenaba el espíritu de recuerdos de la niñez, de nostalgias del regazo materno.

¡No diga usted eso! prorrumpió Vérod, fijando una mirada entre humilde y ardiente en el rostro del magistrado. ¡No diga usted eso!... Yo no , no puedo decir a usted lo que sentí... , tal vez, esa idea, y otras menos definibles, ocupaban mi mente: pero yo la amaba, veía que ella pensaba en , que sufría por , y huir, dejarla sola, no decirla el ímpetu de mi gratitud, de mi ternura, de mi compasión; no decirla que temblaba por ella, que quería morir por ella, no mezclar mis lágrimas con las suyas, ¡eso era imposible!

Para hacerle la operación peligrosa de la declaración, a lo que la ardiente inglesa estaba resuelta, tuvo que cloroformizarle con miradas eléctricas y emanaciones de su cuerpo, muy próximo al del paciente. Reyes, en efecto, allá entre sueños, se dejó abrir el pecho, y habló sin saber lo que decía, aturdido y hecho un mar de lágrimas.

La tía llenaba la casa con sus intolerables sollozos, los demás también lloraban; yo sola no tenía lágrimas. Cuando a eso de las once, Marta exhaló el último suspiro, me acometió un acceso de locura furiosa. En este instante llego de casa de Roberto.

Su mujer no se separaba de él sino cuando alguna visita importuna lo obligaba a ello, cuando Milagros entraba con aire afligido, y llamándola aparte, me la obsequiaba con un par de lágrimas o de zalameras caricias... Ya no había que pensar en baños, a menos que no se restableciese Bringas para los primeros días de Agosto, lo cual no parecía probable.

En tal aprieto se volvieron á implorar el patrocinio de María Santísima, pidiéndola con muchas lágrimas restituyese su salud á la enferma. Tuvieron buen despacho sus súplicas, porque el mismo día que habían hecho aquella oración á Nuestra Señora, al ponerse el sol cesó la fiebre, que sobre manera la afligía y al día siguiente se halló enteramente sana con admiración y asombro de todo el pueblo.

Así pensaba la tía Silda, y según sus ideas, más o menos animosas, apresuraba o acortaba el paso; en la esquina de Piedras se paró, porque al mirarse en el espejo de un escaparate, se vió de cuerpo entero, la estampa viva de esas pobres vergonzantes, viudas de pega, generalmente, que andan hocicando en las casas ricas, de mantón y velo color de ratón, con lágrimas perennes, como cristalizadas, en los ojos, y en la mano, cubierta a medias por mitones agujereados, el certificado, amarillo y grasiento, de la parroquia, lleno de borrones y de firmas ilegibles.

Y, en esto, comenzó a llorar tiernamente, y dijo: -Perdóneme vuestra merced, señor don Quijote, que no va más en mi mano, porque todas las veces que me acuerdo de mi mal logrado se me arrasan los ojos de lágrimas. ¡Válame Dios, y con qué autoridad llevaba a mi señora a las ancas de una poderosa mula, negra como el mismo azabache!

Son imprudentes, créamelo, pues si alguna vez la vergüenza pública me arrojara en sus brazos le despreciaría de tal modo, que aplastaría su corazón. , aun cuando fuese tan duro, tan helado como estas piedras, yo le sacaría sangre... yo le haría brotar lágrimas. Señorita dije con toda la calma de que pude disponer le suplico que se recobre, que vuelva á la razón.