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«Tres leguas deste valle está una aldea que, aunque pequeña, es de las más ricas que hay en todos estos contornos; en la cual había un labrador muy honrado, y tanto, que, aunque es anexo al ser rico el ser honrado, más lo era él por la virtud que tenía que por la riqueza que alcanzaba.

Los recuerdos de mi infancia están estrechamente ligados con la Hacienda de San Isidro Labrador, en donde residíamos la mayor parte del año.

Con estas promesas y otras tales, Sancho Panza, que así se llamaba el labrador, dejó su mujer y hijos y asentó por escudero de su vecino. Dio luego don Quijote orden en buscar dineros; y, vendiendo una cosa y empeñando otra, y malbaratándolas todas, llegó una razonable cantidad.

Hiciéronle a don Quijote mil preguntas, y a ninguna quiso responder otra cosa sino que le diesen de comer y le dejasen dormir, que era lo que más le importaba. Hízose así, y el cura se informó muy a la larga del labrador del modo que había hallado a don Quijote.

El recuerdo de la patria, y sobre todo de Lúzaro, de este rincón de la costa vasca donde he nacido y donde vivo, ha estado siempre presente en mi espíritu. No lo considero como un mérito; no tengo esa tendencia exclusivista de las gende mi pueblo. La tierra para el labrador, el mar para el marino. Discutir si esto es mejor que aquello, me parece una tontería.

Pablo no tardó más que algunas horas en el pueblo, cambió su traje militar por el del labrador montañés, compró algunas provisiones e instrumentos de labranza, y partió a su montaña sin ver a nadie, ni a Carmen, ni a .

«Digo, pues, señor mío de mi alma -dijo el cabrero-, que en nuestra aldea hubo un labrador aún más rico que el padre de Grisóstomo, el cual se llamaba Guillermo, y al cual dio Dios, amén de las muchas y grandes riquezas, una hija, de cuyo parto murió su madre, que fue la más honrada mujer que hubo en todos estos contornos.

Las campañas agrícolas se subdividen y se diseminan también en la sociedad, pero en una escala muy reducida: un labrador colinda con otro, y los aperos de la labranza y la multitud de instrumentos, aparejos, bestias que ocupa, etcétera, lo variado de sus productos y las diversas artes que la agricultura llama en su auxilio, establecen relaciones necesarias entre los habitantes de un valle y hacen indispensable un rudimento de villa que les sirva de centro.

Ya lo decía su astuto padre: «El bollo del labrador cuesta cahizada de trigo

Si algún labrador fuese su padre, tendría que ser de Laviana y no dejaría de saberse... Luego, una vez, siendo niña, estando en la cama, oyó hablar á sus abuelos, que la creían dormida, y por ciertas palabras vino á sospechar que recibían dinero del capitán á causa de la niña. La niña no podía ser más que ella... Luego, D. Félix la trataba con tal afecto...