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Voy á concluir este dia con algunas curiosidades. Hemos ido á un gran establecimiento público, en que dan de comer por dos sueldos, ó sea por muy poco más de tres cuartos. La comida consiste en un trozo de pan y un plato de patatas guisadas con bastante curiosidad. Al ver allí, colocada en extensas filas, aquella numerosa y callada congregacion, acude á nuestra mente la idea de la sopa monacal.

Arriba, faltóle el valor a la señora y entregó la lámpara a su hermano, pidiéndole entrara primero... Ya le parecía ver el cuerpo de Quilito, inanimado, en medio de la pieza. Don Pablo tomó la lámpara, y, ¿era el viento o eran sus nervios? la lámpara bailaba en su mano, a riesgo de volcarse.

Por uno de los muchos agujeros que éste lucía, miró al otro lado, hacia donde estaba la cuna. Vio a la niña dormida, y al ama, de bruces sobre el lecho de Nucha, roncando sordamente. No era de temer que se despabilase la marmota: el rapaz podía a mansalva realizar sus propósitos.

El sol sesgaba el ambiente en que parecía flotar polvo luminoso, detrás del cual aparecía el Corfín con un tinte cárdeno. Ana se sentó sobre las raíces descubiertas de un castaño que daba sombra a la fuente.

Doña Luisa poseía un magnífico cafetal en las vertientes del Banajao, y tan luego fué prescrito á la enferma la vida del campo, su solícita madre dió órdenes para que se alojara y dispusiera la casa que se alzaba en el centro de la hacienda. Nada de cuanto constituye lo necesario y representa lo supérfluo faltaba en la finca.

Pero tan mal le iba con el tratamiento aquel, en mal hora aconsejado por su médico de cabecera, que tenía resuelta su marcha a París en el mismo día, no obstante el nuevo y poderoso atraaztivo que tenían para él aquellos lugares «desde que los honraban tan excelentes y tan inolvidables amigos». Esto de «inolvidables» se lo espetó a Verónica en un memorial de mirada triste, con el correspondiente tirón de patilla; el cual memorial fue contestado con una sonrisa... de las de Verónica, la cual sonrisa debió sentarle al recurrente como si le afeitaran en seco.

, eres la que va a subir al trono ahora, o no hay equidad en la tierra... Y no digan que eres casada y que tu hijo se tiene que llamar Rubín... ¡Qué comedia! eres mayormente viuda y libre, porque a tu marido cuéntale como que está en gloria... Y bien saben todos que a la vuelta lo venden tinto, y el chico en la cara trae la casta, y lo que es la pensión verás cómo te la dan».

¡Señor!, ¿y por qué se ha de descorazonar usted de esta manera? Acuérdese usted del santo de su nombre, que se hundió en la mar cuando le faltó la fe que le sostenía. Le digo a usted que con el favor de Dios, don Federico curará a la niña en un decir Jesús. El tío Pedro meneó tristemente la cabeza.

Cinco minutos después paseaba yo por el bosque, presa de la más violenta agitación. ¡Ah, quiere salir con la suya! decíame mordiendo el pañuelo para ahogar los sollozos; ya verá cómo recibo a su Le Maltour. Quiero que en cuatro días desaparezca de mi vista. Mi tío no ve ni comprende nada. Me engañaba.

El joven, que había vuelto a cargar el fusil, disparó apuntando a unas matas que se movían, pero ningún grito siguió a la detonación. ¿Habréis matado a otro o errado el tiro? preguntó Van-Horn. Veo moverse las matas todavía dijo Cornelio . Estos tunantes saben esconderse muy bien.