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Algunos gañanes cazaron al paso a los pequeños energúmenos, levantándolos en alto; pero, aun así, aprisionados, seguían moviendo los remos en el aire con interminable lloro: ¡Juy! que se ha muerto la prima! ¡La pobresita Mari-Crú!

El espada, sobradamente alerta, engañose con este movimiento y dio unos cuantos pasos atrás, que fueron verdaderos saltos, huyendo del animal, que no le había acometido. Quedó en una posición grotesca por este retroceso innecesario, y una parte del público rió entre exclamaciones de asombro. Sonaron algunos silbidos. ¡Juy, que te coge! gritó una voz irónica.

Y los Alcaparrones pequeños, como si de repente obedeciesen a un rito de su raza, pusiéronse de pie y comenzaron a correr por el cortijo y sus alrededores, dando alaridos y arañándose la cara. ¡Juy! ¡juy! ¡Que ha muerto la pobresita prima!... ¡Juy! ¡Que se nos ha ido Mari-Crú!...

¡Juy, Pare Santo! ¡Y qué mal genio gasta el señó!... ¡Ni que juese el Livanó que toma las declarasiones!... ¡En el estaribel te veas, mardito, y que el Baró no quiera sacarte ni con fianza!... Cuando pasado mediodía cesaba la afluencia en el mercado, las gitanas, en vez de volverse a las Cambroneras, seguían hacia el centro de Madrid, callejeando hasta la caída de la tarde.

Movíase desconcertado; bastaba que el toro agitase su cabeza, para que, tomando este gesto por un avance, echase los pies atrás, retrocediendo a grandes saltos, mientras el público saludaba estos conatos de fuga con un coro de burlas. ¡Juy! ¡juy!... ¡Que te coge!

Maldito sea quien trae por acá semejantes demoniuras. ¡Y la bribona de la Píntiga, mire usted! ¡Nunca me gustó su cara de intiricia!... Le dieron cuartos, mujer, le dieron cuartos: que piensas.... A ... ¡más y que me diesen mil pesos duros en oro! Y soy una pobre, repobre, que sólo para tener bien vestiditos a mis pequeños me venían... ¡juy! ¡Condenar el alma por mil pesos!