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Muy joven, y viviendo aún su padre, se dedicó á la carrera eclesiástica, y protegido, á lo que se dice, por don Juan Veitia Linaje, obtuvo un beneficio en la iglesia de Carmona, el cual disfrutaba cuando en 1682 falleció Bartolomé Esteban Murillo, que le nombró en su testamento albacea de sus bienes, en unión de D. Justino de Neve y de D. Pedro Villavicencio.

No vinieron á España, sino fueron derechamente á Roma, llevando cartas de favor para todos los reyes de Asia i Europa que tenian tierras en el camino por donde iban á pasar para cumplir su embajada. I aunque en esta ocasion hicieron amistades los judíos con Roma, no hai memoria de que alguno de ellos quedase á vivir en la ciudad dominadora del orbe. Así lo afirman Flavio Josefo i Justino.

Vanos fueron los supremos esfuerzos de Pérez para impedirlo: por más que participara al Embajador de Inglaterra cuanto en la corte se pensaba, y en su ayuda vinieran á París Sir Robert Cecil y Justino de Nassau, como fracasara por entonces el Conde de Essex en la segunda jornada contra los galeones de la plata y no compensara el daño que pudo hacer en las Azores durante el verano de 1597 , los gastos y averías del armamento, el disgusto de la Reina Isabel y de sus consejeros, que daba mayor tirantez á las relaciones, vino á hacer irrevocable la resolución de Enrique IV; y lo que el intrigante consejero consiguió tan sólo, resistiéndola indiscretamente, fué que, descubiertos los manejos, le fuera cerrada la Cámara del Rey .

En su Historia del reinado de Felipe IV, dice don Gonzalo de Céspedes y Meneses que Espinola los esperó «en el cuartel de Balanzón, acompañado de Noeburg y de los nobles de su campo, y agasajando y recibiendo no solamente con honor pero loando su valentía y la constancia de su defensa dilatada, al gobernador Justino de Nassau y sus coroneles, y a un hijo de don Manuel de Portugal, a dos naturales de Mauricio, y otros dos de Justino». El Marqués de Leganés, Pablo Ballón, Coloma, Anhalt, y don Francisco de Medina estaban con el vencedor.

El lugar, la hora, la campiña encharcada, el encuentro con Justino de Nassau, la entrega de las llaves, la disposición de los dos grupos de vencidos sin humillación y vencedores sin altanería: hasta quizás le hiciese concebir la idea de aquel espacio libre que en el cuadro separa unos de otros dejando ver la dilatada llanura que se pierde entre el celaje anubarrado, el humo de las hogueras y los vapores de la tierra húmeda, removida en zanjas, cortaduras y brechas: y al oírle sorprendería Velázquez en la expresión de su fisonomía aquella sonrisa caballeresca con que luego caracterizó su figura, representándole como la personificación de los generales españoles de un siglo antes, en él reproducidos; tan ocupados en vencer que no les quedaba lugar de ensoberbecerse.

Sr. Duque del Infantado. Por último citaremos á otro sevillano doctísimo y gran bibliófilo D. Juan Lucas Cortés, del cual D. Justino Matute dice: Fué tan afecto á libros, que acopió una librería que se vendió en 40.000 ducados por su muerte, sacados los gastosHasta aquí las noticias que teníamos reunidas, de las que nos habían salido al paso al efectuar otras investigaciones.

Bien sabidos son los conatos de FAUSTO Maniqueo, á quien respondió S. AGUSTIN: las artes, la malignidad, la potencia de JULIANO el Apóstata, contra quien escribieron S. CIRILO ALEXADRINO, y S. GREGORIO NACIANCENO: los argumentos del Filósofo CELSO, á quien satisfizo ORIGENES. Las Apologías de S. JUSTINO, de TERTULIANO, MINUCIO FELIX, ARNOBIO, LACTANCIO, y otros antiguos Padres á favor de la Religion Christiana, son testimonios ciertos de las contradicciones que esta tuvo en su establecimiento, y por ellas se ve la oposicion que hacian algunos á la Divinidad de las Santas Escrituras.

Stirling dice, sin embargo, en mi opinión injustamente, que «a Justino de Nassau le falta su aspecto propio de gentil hombre genovés, y que el artista parece haberse empeñado en hacer resaltar, con cierta malicia, el contraste entre los dos campos: a un lado castellanos, de la mejor facha, al otro zafios holandeses de calzones descomunales que miran con aire de sorpresa estúpida».

Los capitanes que le seguían juzgaban imposible la empresa: los sitiados que mandaba Justino de Nassau, se defendieron heroicamente: Mauricio acudiendo en su socorro rompió los diques para anegar el campamento de Espinola: tuvo éste que batirse como soldado al mismo tiempo que mandaba como jefe, hasta que entrada la primavera se rindió la plaza honrosamente, saliendo la guarnición con cajas y banderas.