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La doble personalidad de esta señora tenía un signo externo en su cuerpo, una representación fatal, obra de la cirugía, que en este punto fue una ciencia justiciera y acusadora. A doña Lupe le faltaba un pecho, por amputación a consecuencia del tumor scirroso de que padeció en vida de su marido.

Dos horas más y aquellas víctimas infames arderían en la hoguera como los chivos expiatorios de la Escritura; los pueblos y los campos quedarían purificados y el Dios del moderno Israel, al aspirar desde el cielo el abundante olor del sacrificio, aplacaría su cólera y dejaría caer su bendición sobre la ciudad justiciera, más católica que Roma, más celosa que la antigua Jerusalén.

Y no hay que olvidar que en este momento la historia, esa justiciera implacable, está personificada en nosotros. Tocad la marcha. Los sabinos avanzan del modo indicado por Marcio: dos pasos al frente, un paso atrás. De esta suerte atraviesan lentamente la escena y desaparecen entre bastidores. La escena del primer cuadro. El aspecto es ya menos inculto.

Y como este pensamiento agobiase a Cervantes, y le turbase y le aniquilase, como si hubiese sentido sobre la justiciera y al par misericordiosa mano de Dios, vaciló, y con la mampara dio, y causó ruido; y a aquel ruido sucedió inmediatamente el ladrar de un perro dentro de la estancia, y el ladrar con toda la fuerza y la saña que su vejez le permitían, porque aquel perro era el triste compañero que a Margarita había seguido.

Pidió a su madre la razón de sus palabras, tan preñadas de obstáculos desconocidos para él, y su madre, más justiciera que compasiva, ahondó el abismo clavando a la marquesa de Montálvez en la picota de su indignación y acribillándola allí con una granizada de crueles vituperios.

Pero, además, poseía un fondo de rectitud, un alma justiciera que mantenía viva la llama de la ofensa. Los desprecios con que Velázquez había pagado su amor tierno y desinteresado le causaban cada día mayor indignación. Había llegado á aborrecerle y lo confesaba tranquilamente con la sinceridad que la caracterizaba. No era esto, sin embargo, lo que más preocupaba á Paca.

Aquel hijo creció, haciéndose mozo fuerte y hermoso como el Hérmes de los mitos paganos. Una mujer indigna, engañosa y astuta, tal vez la ramera de que habla la Escritura, quiso apartarle de su padre, mas éste desplegó tal energía y se defendió tan resueltamente que logró romper aquellos lazos. Pasó mucho tiempo esa divinidad que a toda conciencia hace un día justiciera de misma.

Pero un momento después, aquella madre desgarrada por el dolor, aquel ser que sólo parecía capaz de ruegos y de lágrimas, púsose en pie de un solo impulso, irguiendo su talle ante Ramiro. Era una transformación asombrosa, una ballestada del ánimo. Todo el brío de la estirpe brilló un momento en aquella frente de abadesa indignada. Con voz casi hombruna y justiciera, exclamó: Basta de blanduras.

Alargue aquél su limosna al pordiosero, aunque lleve en su mano un Alcorán; compadézcase éste del huérfano y la viuda, aunque sean de la secta maldita de Mahoma; ofrezca de beber al muslim sediento que pasa, o pida de su cántaro a la infiel, como Jesús a la Samaritana; nada digo, que todo esto lo enseña el mesmo Evangelio, que es ley individual y pan de cada día; pero, sonada la hora grande y justiciera, sepamos cumplir sin melindres los designios del Señor, porque hay otra ley, hijo mío agregó levantando la mano y la voz como un antiguo profeta, otra ley más anciana, ley de los pueblos; hay otro testamento, donde Dios mesmo, con su propia palabra, dicta la sentencia a los impíos, diciendo a Moisés: «Pondrás con mi favor el cuchillo a la garganta del Amorrheo, del Cananeo, del Pherezeo, del Hetheo, del Heveo, del Jebuseo hasta quitalles la vida»; agregando: «y no tengas con ellos misericordia», nec misereberis earum.

Comprendió que le sobraba razón para encolerizarse y por un impulso noble de su naturaleza espontánea y justiciera le tendió la mano diciendo: Perdona, Manolo. Tengo el genio demasiado vivo y cuando me enfado digo cosas que nunca he pensado. El caballero de Medina te estrechó la mano, habló pocas más palabras y se despidió al cabo de algunos minutos con bastante frialdad. La boda de Pepa.