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Ya no era el paria, el desheredado, el caballo patrio que cualquiera ensilla y nadie cuida: era el cabo Fabio Carrizo, el principio de aquel sargento 14, que en 1880 recibía su baja absoluta, después de diez años de servicios prestados dondequiera que hubiese flameado la vieja bandera, jurada allá en la cuesta de una loma en marcha para San Luis. ¡Aquel batallón fue mi hogar y fue mi escuela!

Si habéis hecho promesa jurada a algún infiel respondió el Canónigo en contra de la Santa Iglesia de Cristo, no son menester Nuncio, Papa, ni Concilio; sino un confesor cualquiera que os saque del alma tamaño pecado mortal.

Y supuesto que el capitan Orejuela, en el capítulo 12 de su representacion de fojas 5 del 9.º cuaderno, expresa haber reconocido cierta declaracion tomada al Reverendo Padre Prior del convento de San Juan de Dios del presidio de Valdivia, en que aseguraba que, habiendo salido de Cádiz el año de 750, en el navío el Amable Maria, en la altura de 50 grados de latitud al sur, descubrió en uno de los cerros de aquel estrecho, que tenian á la vista, un hombre embozado en una capa azul, con sombrero negro redondo; y una muger igualmente vestida de azul, que se reconocia serlo por la ropa talar, acompañados de un perro grande blanco y negro; á quien habiendo llamado á la voz con señas, no respondieron palabra: y otra de los Reverendos Padres Misioneros venidos en el Toscano, en que constaba, que á la altura de 37 grados de latitud, por la parte del sur, encontraron una embarcacion inglesa de dos palos, que dijo se entretenia en la pesca de ballena, y los obsequió con un barril de aceite de ella, en correspondencia de otro de aguardiente, con que el capitan español los cortejó; seria muy oportuno y conveniente, que una vez que no se encuentran en estos autos semejantes declaraciones, se sirva mandar V.S., que informe el citado Padre Prior del convento de San Juan de Dios de Valdivia, y los religiosos misioneros venidos en el Toscano, sobre los pasages mencionados; y que expresando el capitan Orejuela, cual es la persona que le ha comunicado las noticias que refiere en los capítulos 32, 33 y 36 de su representacion de fojas 5, se le tome igualmente su declaracion jurada al tenor de los hechos relacionados en los capítulos 33, 36 y 37.

El sentimiento que nosotros tenemos del honor, por ejemplo, es en ellas el pudor y la fidelidad a la fe jurada. Puede ser, amigo mío, puede ser... Pero esa transformación gana, acaso, cuando es fortificada por lo que llamamos las antiguas supersticiones, muy bien apropiadas, en suma, para la imaginación viva y sensible de las mujeres.

»Cuando transcurrieron los tres meses, pedí de nuevo otra prórroga; pero era necesario ceder a la voluntad del Duque, a mi promesa, a la fe jurada... ¡Ay de ! ¡no hay poder divino ni humano que pueda cambiar el destino! ¡Mi cabeza estaba trastornada, mi corazón herido; sólo quedaba mi mano, y el duque de Arcos dispuso de ella! »¡Era ya condesa de Pópoli!

Almanzor, celoso de la autoridad omnímoda que ejercia sobre la España Arabe, le distrajo de los negocios del gobierno, aunque no intentó nunca usurparle el trono á que hubiera podido subir llevado sobre el escudo de los ejércitos que habia conducido á la victoria; Abd-el-melek, hijo primogénito de Almanzor, siguió guardándole la lealtad jurada; Abd-el-rhaman Anasir, hermano de Abd-el-melek, le movió á impulso de su propia ambicion á que le declarara sucesor al trono. ¡Declaracion fatal, terriblemente fatal para , ciudad desventurada, sobre cuya cabeza fue desde entonces amontonando el Señor todo género de males: la guerra, el crímen, el hambre, la anarquía!

Yahhyay aceptó y prometió guardar el pacto, mas ébrio á poco con tus homenages y sinceros aplausos, no pasó ni dias sin aspirar al dominio absoluto y violar la jurada. Irritóse el-Khassem, ya algo repuesto de su primer cuidado; regresó, cayó sobre con la celeridad del rayo, y le obligó á la fuga.

Todo depende de la hondura con que luego, en la vida diaria, eche sus raíces el cariño, porque es éste, el santo cariño, lleno del sentimiento del deber y de una rígida y caballeresca lealtad a la fe jurada, el que forma los sólidos vínculos de la vida matrimonial.

Parecía un padre, y aparte la fe jurada, era una villanía, una ingratitud engañarle. Con don Frutos hubiera sido tal vez otra cosa. No hubiera habido más remedio. ¡Sería tan brutal, tan grosero! Don Álvaro entonces la hubiera robado, , y estarían al fin del mundo a estas horas.

La venta de las caricias, el robo del placer ajeno, el rompimiento de la fe jurada, el ultraje al nombre de esposo, el repugnante comercio del amor, que convierte el lecho en posada y la memoria en índice de liviandades. ¡Cuán tristes las que, comerciando con el amor, han de ofrecer la mercancía! ¡Cuán despreciables las que lo dan a cambio de joyas y de galas!