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A lo que se cuenta, cierto oficial de Caballería que vino por aquellos lugares a comprar caballos para la Remonta, y que era guapísimo y muy gracioso y divertido, se enamoró de Juana y logró enamorarla.

No dejaba Doña Juana de escribir á su madre con el objeto indicado; pero inútiles habian sido hasta entonces sus súplicas para alcanzar el permiso de esta: habia llegado hasta el punto de mandar á los personajes mas influyentes de su córte para si por este medio lograba lo que hubiera deseado aun á costa de su vida.

Pero él era muy filósofo: no se paraba en ciertos requisitos que otros miran mucho. El ama, al proponerle el matrimonio, había pensado: «Esto es algo fuerte; pero ¡ay de él si se subleva!». Froilán no se sublevó. Juana era muy buena moza y sabía cuidar a un hombre.

Hemos encontrado en el Archivo municipal de Córdoba dos cartas de D. Carlos y la reina D.ª Juana declarando francos de todo tributo por espacio de diez años á los que pasasen á morar en Córdoba con promesa de residir en ella cuando menos veinte.

Á la sombra de aquella casa patriarcal fué creciendo la pequeña Juana, no sólo de cuerpo, sino también en virtudes hasta llegar á ser una especie de santita. Su fervor se traducía en interminables oraciones que mascullaba al paso que atendía á sus quehaceres, y para ella no había felicidad como ir á la iglesia.

EL CONDE, DON JUAN, MARTÍN; después, JUANA ¡Por Dios, que tiene razón! Cesó la conversación. ¡Porque lo que siento digo! Decir que no visteis dama Como ella, ¿no ha sido error? 1190 ¿Error? Conde, mi señor, Entrad: mi señora os llama. Ella me quiere decir Que no os traiga más conmigo. Si lo tiene por castigo, 1195 No apelo de no venir.

Llevo toda mi vida trabajando, primero en la cocina de la señora infanta de Portugal, doña Juana; después en la del señor rey don Felipe II, luego... ¡Pero por Dios, Montiño!

La viveza de las efusiones de Juana me pareció singular, pero era tan tierna, tan encantadora, que atribuí á la amistad lo que debía explicarse por pasión. Tomé mucho cariño á aquella muchacha, sin sospechar cómo me amaba ella, y solamente una noche, al volver de la ópera, tuve la revelación repentina de lo que pasaba en su ánimo.

En su juventud había soñado doña Juana con las heroínas de la Vendée; se había entusiasmado con las hazañas y penalidades de la duquesa de Berry, queriendo, como estas hembras fuertes de la religión y el legitimismo, montar a caballo, llevando sobre el pecho un crucifijo y junto a la falda de amazona un sable pendiente. Pero estos deseos no pasaron de ser vagas fantasías.

Le cuento a usted estos detalles para que se haga cargo de como fui convenciéndome de lo que es: no conoce más Dios ni más ley que el oro... Llegamos, en fin, al motivo de la separación, mejor dicho, de mi propósito irrevocable de no vivir con él. Afortunadamente estoy segura de que mi tía Juana no me desatenderá; hasta podremos darle dinero para que me deje en paz. Y ahora escuche usted.