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Quedamos, pues, en que la Juana y la niña van muy bien, aunque pudieran ir mejor; y Belarmino no puede ir mejor, aunque no oiga misa. Y el voluminoso fraile se levantó de un asiento que antes se creyera que era un butacón, ya que el Padre lo llenaba de brazo a brazo; pero, así que se hubo levantado, resultó ser un sofá, y no de los pequeños. Belarmino no podía ir mejor.

La capilla de las Reyes contiene allí, entre muchas riquezas de ornamentación, dos tumbas monumentales de mármol blanco, asombrosamente preciosas por sus líneas delicadas, su inmensa labor y sus relieves de un gusto artístico insuperable. La una de esas tumbas es la de Isabel y Fernando, con sus cuerpos íntegros en relieve; la otra de Felipe I y Juana la loca, de iguales condiciones.

¡Oh! en ese caso puede estar bien tranquila. Juana miró fijamente a su interlocutor. ¿Tranquila?... ¿por qué?

Hecho esto, se acostó y durmió con alguna tranquilidad, como quien ha cumplido un deber, y con alguna satisfacción, como quien ha puesto una pica en Flandes. Juana la Larga se llenó de júbilo cuando, a las siete de la mañana, recibió la carta y la deletreó con no poca fatiga, porque, si bien sabía leer, no leía de corrido y le estorbaba lo negro.

Escuchad ahora lo que contiene esta carta, que por cierto no es muy larga, pero que, á pesar de su brevedad, es grave, gravísima: ; ciertamente, muy grave. Fijó el rey su mirada en la duquesa, que persistió en su silencio. Acercad la luz, doña Juana dijo el rey. Levantóse la duquesa, tomó el velón y continuó de pie junto á Felipe III, alumbrándole.

Con esto se ponía como sobre ascuas y muy alborotado y triste, sin que para ocultarlo le valiese el disimulo. Entonces don Paco jugaba peor: solía tener rey y caballo del mismo palo y se le olvidaba acusar veinte, o bien, si Juana le jugaba un oro y él tenía el as o el tres, se lo guardaba y no lo echaba.

Satisfecha con su cuna, con la posición que ocupaba en la corte y con sus rentas, que la bastaban y aun la sobraban para destinar parte de ellas á la caridad, doña Juana de Velasco, ó sea la duquesa de Gandía, era feliz, salvo algunos importunos recuerdos de su juventud.

Juana se apercibió de ello, y para destruir el carácter sospechoso que pudiese tener aquella entrevista, dijo en voz alta a la condesa, que pasaba por su lado: ¡Ninguna esperanza, señora! ¡He perdido mi tiempo! La madre de Jacobo, que había observado desde lejos con vivo interés la fisonomía de los dos interlocutores, no era de la opinión de Juana.

No se cansaba, pues, doña Inés de censurar las ruines inclinaciones de su padre. Le dolía asimismo que su padre gustase tanto en obsequiar a Juana la Larga, suponiendo, según las noticias que le trajo Crispina, que gastaba mucho más de lo que ganaba. ¿Conque juega al tute con ella?

Muy bien, señor. El conde besó á su hija en la frente, la levantó y la sentó junto á . Doña Juana permaneció con los ojos bajos. Este caballero es mi antiguo amigo, mi hermano de armas don Francisco de Borja, duque de Gandía, de quien me has oído hablar tantas veces con nuestra parienta la abadesa de las Descalzas.