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Pertenecen á la primera los que acogen sin prevencion, con benevolencia, las primeras obras de un jóven, saben y comprenden lo difícil que es ponerse, sólo ponerse, en el camino de la perfeccion artística, y censuran lo malo sin acritud, ensalzan lo bueno con expansion, y hacen con el principiante en tan difícil carrera lo que el hábil doctor con el enfermo de que se encarga: lo animan, lo confortan, le prescriben el régimen más propio para su restablecimiento, y le hacen confiar en la conquista de la salud.

Lope de Rueda no ha sabido utilizarla hábilmente en la parte, en que una joven doncella se disfraza de hombre para sembrar la discordia entre su desdeñoso amante y su nueva rival, y sólo Tirso de Molina demostró después, de la manera más brillante, que con esta intriga podían enlazarse las situaciones más dramáticas.

Pablo dijo a la joven, que así como había venido a hablarla, podía muy bien huir a las montañas; pero que deseaba saber, ya en esos momentos muy graves para él, si no podía abrigar esperanza ninguna de ser correspondido, pues en este caso se resignaría a su suerte, e iría a buscar la muerte en la guerra; y si sintiendo por él algún cariño Carmen, se lo decía, se escaparía inmediatamente, procuraría cambiar de conducta y se haría digno de ella.

Quince faltas voluntarias de asistencia, continuaba el catedrático; con que no te falta más que una para ser borrado. ¿Quince faltas, quince faltas? repetía Plácido aturdido; no he faltado más que cuatro veces y con hoy, cinco, ¡si acaso! ¡Júsito, júsito, señolía! contestó el catedrático examinando al joven por encima de sus gafas de oro.

No, vos no dijo alentando apenas la duquesa ; decid á la señora condesa de Lemos que entre. Poco después entró una joven como de veinticuatro años, hermosa, viva, morena, ricamente vestida, y sobremanera esbelta y gentil. A la primera mirada comprendió que sucedía algo terrible á la duquesa. ¿Qué es esto, señora? la dijo ; estáis pálida, mortal, tembláis... ¿qué os ha sucedido?

Yo me encuentro muy retebién aquí. Guardó silencio la joven y bajó los ojos, dudando qué partido tomar. Pero al levantarlos vió pintada en el rostro de las jóvenes presentes una sonrisa de burla. Su orgullo se embraveció súbito con tan cruel espuela. Alzó la cabeza de un modo arrogante y dijo con voz firme: Está bien. Quede usted con Dios, y gracias por la galantería.

Una gran barca vieja y deteriorada, que servía para trasportar a los paisanos de una orilla a otra en los días de mercado, yacía amarrada por una cadena a la orilla, debajo de unos juncales que la sombreaban. ¡Ay, qué lástima! exclamó la joven devota cogiendo entre sus manos la cadena. ¡Tiene candado! Me alegro. Eso evita que usted hiciera una locura. Pues yo no renuncio a flotar un poco.

Otra vez repitió el dulce nombre que había iluminado su infancia con un esplendor novelesco. «¡Doña Constanza! ¡Oh, doña Constanza!...» Y se sumió en la noche definitivamente, sin una nueva visión, abrazándose á la almohada lo mismo que cuando era niño y creía dormirse teniendo entre sus brazos á la joven viuda de «Vatacio el Herético».

el látigo del postillón, anunciándome que un coche acababa de llegar; entreabrí las cortinas, y cuando el polvo se hubo disipado, vi una silla de postas inglesa del gusto más exquisito. ¡Pero cómo se harán ustedes cargo de mi sorpresa y del temblor que se apoderó de , cuando reconocí a Carlos al lado de una señora joven y extremadamente bella!

Era este joven hijo de aquél que había jurado beberse la sangre del siervo de Dios, si el cielo con la muerte no le hubiese atajado los deseos.