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Maltrana contempló curiosamente la mansión de Zaratustra, agrandada con nuevas edificaciones desde la última vez que la había visto. La actividad del anciano, su raro talento para sacar provecho de los despojos, le hacían vivir en una perpetua reforma de su casa. El trapero sonrió viendo el asombro del joven. ¿Qué te parece?... Esto ha crecido mucho; esto es el palacio real de Tetuán.

Esta leyenda, que era casi una historia, era conocida de la señora de Maurescamp, y ella prestábale gustosa todo aquello que pudiese hacer más interesante el papel de la señora Hermany. Representábasela joven y bella, sumergida en aquella sociedad infame, de la que la veía salir indignada y sin mancha, y se gozaba en colocar sobre su frente la aureola de las jóvenes mártires del cristianismo.

Ese Juan de quien usted habla ¿es aquel hermoso joven de aspecto salvaje, que parecía aburrirse tanto en Saint-Jouin, el día que hicimos el paseo? Es él. Excúseme, Huberto; tengo que dejarlo solo otra vez, debo subir a acompañar a mi padre. Vaya, querida amiga; además, me despido de usted hasta mañana que vendré en busca de noticias. ¡Oh! ¡, venga!

Viendo que no hay posibilidad de escapar, la joven se agazapa como un polluelo, asustado; y cuando él, triunfante, la toma en brazos, su cuerpo esbelto se yergue como si, al contacto de Juan, la sacudiese una conmoción eléctrica.

Sin duda en aquel día los ahogos pecuniarios habían llegado a su mayor grado, y la infeliz e interesante joven se veía amenazada de un conflicto grave. ¡Oh! ¡Qué bella ocasión se le presentaba a Juan Bou para realizar un acto moral que ha tiempo meditaba! ¡Soberbia coyuntura!

No sabía la joven de cierto si pisaba en el tillo crujiente o en una nube esplendorosa y flotante, o ya en el barco milagroso de Fernando.... Iba alucinada, henchida de felicidad....

Se levantó muy temprano, pero no se atrevió a avisar a la joven. Entretuvo su impaciencia rezando, paseando por la habitación, yendo a casa del alquilador de los caballos para cerciorarse de que los tenía dispuestos. Al fin, cerca ya de las diez, se atrevió a pasar un recado por la criada, preguntándole si estaba ya preparada a partir.

Un escudero palurdo, acabado de desembarcar, dijo otro. ¡Bonito sería que además de nuestros jefes viniera á darnos órdenes el primer muchachuelo que abandone á su mamá y se aparezca en Aquitania! ¡Por Dios, mis buenos señores! suplicó la joven en mal francés ¡amparadnos! ¡Impedid que estos hombres nos maltraten!

No parecía sino que la naturaleza tomaba su parte de complicidad en el crimen. Entreabrióse el postigo de la casa, y por él salió cautelosamente Fortunato, llevando al hombro, cosido en una manta, el cadáver de Aquilino. Benedicta lo seguía, y mientras con una mano lo ayudaba a sostener el peso, con la otra, armada de una aguja con hilo grueso, cosía la manta a la casaca del joven.

Si ustedes quieren que sea una joven enamorada, contra lo que dicen la sana razón y el Año Cristiano, buen provecho les haga a usted y a Ramón Pérez. El siglo de las luces, como dice ese caribe de alcalde, que quería convertir la via crucis en camino de Urdax, trastorna todas las ideas.