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Cuando se tropezaban en la puerta, D. León le miraba desde lo alto de su clasicismo y le decía sonriendo: bon jour monsieur, con acento que rebosaba de ironía. «Estos franchutes, decía al tiempo de sentarse, son todos afeminados; no sirven más que para tenores y bailarinesAmaba la virilidad y la energía en sus discípulos y gustaba de que tuviesen rasgos de independencia, aunque fuese a expensas de la disciplina: cuando un muchacho sufría impasible los golpes y se negaba por terquedad a ejecutar cualquier cosa, esto era lo que le encantaba a don León. «¡Bien, hombre, bien! exclamaba, así me gusta; los hombres no deben llorar aunque se vean con las tripas en la mano; has faltado a la obediencia pero has sufrido el castigo con entereza; a no te hubieran arrojado en Esparta de la roca como a otras mujerzuelas que hay en la clase!» Y echaba miradas de soberano desdén a ciertos individuos.

A las tres de la tarde hallábase abierto de par en par el mirador de cristales del gabinete que ya conocemos, y el sol entraba a raudales, llenándolo todo de luz, de colores y de reflejos. La marquesa amaba el sol y el aire con la pasión con que los aman los pobres, y odiaba ese misterioso y coquetuelo petit jour en que se refugian las beldades trasnochadas para ocultar los estragos del tiempo.

Mi mujer y yo nos vestimos, y por la vez primera nos vemos en las calles de Paris en medio del dia, en plein jour, como aquí se dice. No es posible atravesar algunos de los puntos céntricos, sin encontrarse con muchos repartidores de papeles.

Y sin esperar más, púsose en pie D. Diego, y accionando como un cómico, con voz fuerte y exaltado acento, cantó así: Allons, enfants de la patrie, le jour de gloire est arrivé! Contre nous de la tyrannie l'étandart sanglant est levé! Asunción y Presentación reían como locas y D.ª María no dijo nada. Ninguno de la familia había entendido una palabra.

Para esto de chamuscar casadas y encender doncellas no tenía coteja. Gran devoto de San Rorro, patrón de holgazanes y borrachos, vivía, como dicen los franceses, au jour le jour, y tanto se le daba de lo de arriba como de lo de abajo. Mientras encontrara sobre la tierra mozas, vino, naipes, pendencias y francachelas, no había que esperar reforma en su conducta.

Es que para ti insistió Colmenar es ya de necesidad el consorcio. Si no puedes sostenerte, ¿cómo te las compones? Supongo que no tendrás economías. ¡Economías yo! Au jour le jour dijo Miranda, pronunciando con cierta soltura la frasecilla transpirenaica. Pues entonces, il faut faire une fin replicó Colmenar, muy satisfecho de poder lucirse a su vez.

Alma y vientre eran por completo de un Mandarín. Así es que no dije a la generala: «Bon jour, madame», sino que, doblado por la cintura, haciendo girar los puños cerrados sobre la frente, baja, hice gravemente el «chinchín». ¡Está usted adorable, precioso! decía ella con su linda sonrisa, golpeando las manos diminutas y pálidas.

El largo alejamiento de la patria, la tenaz persistencia de la lucha, la efímera ocupación del suelo que reducía con frecuencia esa misma patria a los límites del campamento y en los días de batalla a la tierra del combate, la influencia, por fin, de la vida militar prolongada, habían hecho de los oficiales argentinos y colombianos el prototipo de los hombres ligeros en el pensamiento y en la acción, brillantes en la despreocupación del porvenir, viviendo au jour le jour, sabiendo que con valor pagaban, y seguros de que el caudal no concluiría.

Adoptando la índole del país en que se hallaba, vivía al día, o como dicen los franceses, au jour le jour, y como en otros términos le aconsejara su buena patrona la tía María, diciendo que el día de mañana no debía echarnos a perder el de hoy, y que de lo sólo que se debía cuidar era de que el de hoy no nos echase a perder el de mañana.