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Doña Josefa trajo del desván un saquito de noche. Esto es muy pequeño, señora. Aquí no cabe nada. ¿Cómo pequeño?... preguntó el ama, estupefacta. Aquí cabe ropa para una porción de días. ¿Cuánto tiempo ha de estar por allá el señor excusador? Poco, poco se apresuró a decir con manifiesta turbación, poniéndose colorada.

En mayo de 1710 se trasladó doña Josefa Portocarrero Lazo de la Vega al nuevo convento, del que fué la primera abadesa. Cuatro meses después de su prisión, la Real Audiencia condenaba a muerte a don Fernando de Vergara. Este desde el primer momento había declarado que mató al marqués con alevosía, en un arranque de desesperación de jugador arruinado.

Pero se aseguró en seguida viendo el perfecto sosiego con que hacía todos los preparativos. Empaquetó alguna ropa en una maleta, se puso los zapatos, la sotana y el sombrero y dijo sonriendo: Ya estoy. Los curas no tardamos mucho en arreglarnos, ¿verdad?... A Josefa no le diré nada para evitar una escena triste, ¿no le parece a usted? Le escribiré desde la cárcel, pidiéndole la ropa.

Pero ¿a qué ahijada de usted se refiere, a la niña recogida por los de Quiñones? preguntó en voz baja la heredera de Estrada-Rosa a María Josefa. . ¿Entonces?... ¿Cómo hablan de su madre?

Emereciana Josefa Piro, mujer de Pedro Descalz, Albañil de oficio, natural de la villa de Alacuaz, en el Reino de Valencia, residente en esta Ciudad, de edad de cincuenta años, presa por sortílega, herética, curandera, supersticiosa, descubridora de tesoros y embustera.

Sentábase en el banco de ladrillos inmediato á la puerta, y el maestro y el pastor hablaban, admirados en silencio por doña Josefa y los más grandecitos de la escuela, que lentamente se iban aproximando para formar corro.

¡Usted siempre estorbando, Luis! A nadie más que a usted, María Josefa respondió el joven, riendo con afectación para disimular el embarazo que aún sentía. ¿Está usted seguro de que a sola? preguntó ella alzando al mismo tiempo su mirada maliciosa hacia el caballero que la estrechaba en sus brazos.

Fue necesario que el P. Gil llamase a D.ª Josefa y le mandase traer una taza de tila con gotas de azahar. A las nueve de la noche aún no habían concluido de adornar la iglesia las señoritas y los obreros que las secundaban.

Ya ves... su madre... ¡Y su padre!... Su padre se cae de buen mozo. Fernanda, picada repentinamente por vivísima curiosidad, una curiosidad insana que la puso agitada y anhelante sin saber por qué, se inclinó otra vez hacia María Josefa, y metiéndole la boca por el oído, le preguntó con voz alterada: Pero ¿quién es su padre?

Pero los hombres hacen otra cosa más heroica... ¡Se casan! dijo Paco Gómez, que ya estaba de nuevo en su sitio con la pareja. Hay ocasiones en que tampoco se casan manifestó Manuel Antonio haciendo una imperceptible mueca por donde Paco pudiese colegir que estaba pensando en María Josefa. Bueno replicó aquél dándose por enterado.