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Sobre la grupa de su caballo veíase un saco que contenía, entre otras cosas, los cinco mil ducados que pagara por su rescate Don Diego de Álvarez. Inútil es decir que era el jinete nuestro jovial amigo Tristán de Horla, elevado recientemente á la dignidad de escudero de Sir Roger de Clinton, señor de Munster, á cuyo lado cabalgaba en aquel momento.

Los zamarros son dos piernas de calzón, de media vara de ancho, cerradas a lo largo, pero abiertas en su punto de unión, de manera que sólo protegen las extremidades. Cayendo sobre el pie metido en el estribo morisco que semeja un escarpín, dan al jinete un aire elegante y seguro sobre la silla.

El árabe, veloz, ligero, sin los útiles que la vida civilizada hace indispensables al soldado francés, vuela sobre las llanuras, mientras el pesado jinete europeo lo persigue inútilmente». Conozco, conozco el refrán.

Apenas llegaba galopando por las vastas dehesas a la vista de la torada en que vivía esta joya, bastábale un grito para llamar su atención. «¡Lobito!...» Y Lobito, abandonando a sus compañeros, venía al encuentro del marqués, mojando con su hocico bondadoso las botas del jinete, y eso que era un animal de gran poder y le tenían miedo los demás de la torada.

Guardaban silencio, pero este silencio les decía mil cosas tiernas y placenteras que sus labios no serían capaces de pronunciar. Clara dio un grito. El caballo de Tristán había metido su casco en la madriguera de un conejo, y cayó de cabeza arrastrando al jinete, envolviéndolo. ¡Tristán, Tristán! gritó la joven arrojándose a tierra.

Es el primer jinete de la República Argentina, y cuando digo de la República Argentina, sospecho que de toda la tierra, porque ni un equitador ni un árabe tiene que habérselas con el potro salvaje de la Pampa.

Al mismo tiempo vino a su mente un tropel de tristes reflexiones, inspiradas en parte por su lastimoso estado, en parte también por la amargura de los escritores románticos, de los cuales estaba saturado. Mas cuando se hallaba por entero embebido en ellas, he aquí que un caballo, enjaezado y sin jinete, llega y cruza velozmente.

Ocupémonos, finalmente, de Luis Pez, el cual no era filósofo, ni economista, ni músico; era jinete. Había comenzado una carrera militar, pero tuvo que abandonarla por falta de luces. Su pasión eran los caballos.

Estaba en la puerta del edificio principal de su estancia, cuando vió llegar á un jinete vestido como es de uso en las ciudades y sobre un caballejo que le hizo sonreir. Era el oficinista. ¿Adónde va montado en ese mancarrón?... Eche pie á tierra. ¿No le parece que tomemos un mate, amigazo?...

Después miró a doña Sol, que permanecía inmóvil, siguiendo con los ojos al jinete, el cual se empequeñecía en lontananza. ¡Qué mujer! murmuró el espada con desaliento . ¡Qué señora tan loca!... Suerte que el Plumitas era feo y andaba haraposo y sucio como un vagabundo. Si no, se va con él. Paece mentira, Sebastián.