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De repente desembocó en la plaza debajo de la ventana, una elegante amazona seguida de un jinete de bello aspecto, a pesar de las arrugas que indicaban en él las mordeduras de la edad y de la vida.

Pero Cornias, que tenía el entusiasmo de todo ello en conjunto, pensó acertar mejor ostentándolo de una vez en hora tan señalada. Error del pobre muchacho. El corcel de buena sangre, para lucir su gallardía, o en pelo y en libertad, o bien arrendado por su jinete.

Vamos, en marcha... Hay que apretar el paso... ¡Qué moza, D. Andrés! ¿verdad?... Pues tiene una hermana que va a ser mejor que ella todavía... ¡Qué chiquilla más espetada y más rica! tan bien formadita por delante como si tuviera veinte años, y no tiene más de catorce... ¡Arre caballo! ¿No repara usted, D. Andrés, cómo agradecen los caballos que el jinete eche unas copitas?

Le desde la ventana del despacho, a eso de las diez, jinete en una soberbia mula de magnífico andar. ¡Qué bien que se sostenía el anciano en su caballería! De fijo que el P. Herrera fué todo un charro allá en sus mocedades. ¡Vaya con el simpático viejecillo!

Este paisaje liliputiense ofrecía la vista completa de las tierras que rodeaban el pueblo de la Presa, pero en escala tan reducida que todas cabían en el tablero. Y á través de la diminuta planicie vió de pronto galopar á un jinete no más grande que una mosca, que iba saltando con alegre soltura; la señorita Rojas, vestida de hombre y moviendo el lazo sobre la cabeza.

Al otro lado de una hondonada volvía á subir y se perdía en un bosquecillo, entre cuyos primeros árboles desaparecía en aquel momento la retaguardia de la columna. El jinete pasó junto á ésta sin detenerse y empezó á subir la cuesta en cuya cima estaban el barón y sus servidores, hostigando incesantemente á su caballo con espuela y látigo.

El marqués era un atleta y el mejor jinete de Jerez. Había que verle a caballo, en traje de monte, con el pavero sombreando sus patillas entrecanas y gitanescas, y la garrocha terciada en la silla.

El silencio más absoluto reinó un momento, y después una misteriosa voz lanzó desde el camino este consejo: Prueba en casa de Magdalena. Al dar el vehículo una brusca vuelta, alcanzamos a vislumbrar los caballos delanteros, y luego un jinete que se desvanecía en la bruma. Indudablemente, emprendíamos el camino de la casa de Magdalena. ¿Quién era y dónde estaba Magdalena?

Casi al pensamiento de Melchor respondió el zaino avanzando, con su cabeza levantada como si explorase el horizonte; el malacara, por instinto, que no por resolución de su jinete, lo siguió; viendo el overo que sus compañeros se iban, no quiso quedarse solo y en un ex abrupto mortificante, salió al trotecito.

Todo Villaverde sabe que hace quince días vieron salir, camino de Santa Clara, al ex-covachuelista de Castro Pérez, jinete en un corcel brioso, hecho un caballero andante. ¡Vaya! Dejó la pluma por la reata.... Venegas y Ocaña coreaban con ruidosas carcajadas las bromas del imberbe galeno, y Ricardo seguía abismado en la lectura. Después me hablaron de Gabriela.