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Solemnízase en el año algunas fiestas con más particularidad que las demás, como son las principales de Nuestro Señor Jesucristo y la Virgen, la de San Miguel, la del Santo Patriarca de la religión de los curas, los días del Rey Nuestro Señor y su cumpleaños.

De día en día y de copa en copa avanzaba la impiedad en aquel espíritu; y llegó a creer que Jesucristo no era más que una constelación; disparate que había leído don Pompeyo en un libro viejo que compró en la feria. Guimarán tenía la impiedad fría del filósofo, Barinaga los rencores del sectario, la ira del apóstata.

Cuando aparecía el pregonero en el balcón de las Casas Consistoriales y leía la sentencia de muerte contra Jesucristo, ha quedado en la memoria de los bermejinos el furor con que el padre se volvía contra él, gritando: "Calla, falso, ruin, necio y miserable pregonero, y oirás la voz del Ángel que dice:"

Digan en fin que son reyes sobremanera cristianos aquellos que contra lo que manda Jesucristo, oprimen á las personas en quienes no ha entrado aun la verdad de la fe, creyendo que los entendimientos de los humanos pueden ser llevados por la violencia á lo que les repugna, i sirviéndose para convencer á sus contrarios, no de la razon que nos distingue de los brutos i feroces animales, sino de la fuerza que es la que con ellos nos iguala.

«El Padre Nones va a venir dijo la santa ; le mandé recado al salir de casa. Prepárese usted, hija mía, poniendo el pensamiento en Nuestro Señor Jesucristo; y como le pida perdón de sus pecados con verdadera contrición, se lo dará. ¿Se lo ha pedido usted?». Fortunata dijo que con la cabeza. «Mi amiguita se ha enterado del regalo que usted le ha hecho, y está tan agradecida.

¡Jesucristo!... ¡Virgen Santísima!... ¡Que salga, que aparezca!... ¡Madre de los afligidos..., te doy mi vida en cambio!... ¡Si yo no le odio, si le quiero, si le amo..., si amo a su padre mismo!... ¡Señor mío Jesucristo, perdón.., me pesa!... Si él era bueno..., la mala era mi madre..., ella..., ella...

Aquellas señoras de respetable aspecto las más, guapas y jóvenes algunas, celebraban con alegría evangélica el natalicio de Nuestro Señor Jesucristo como si el Hijo de María hubiese venido al mundo exclusivamente para ellas y otras cuantas personas distinguidas. La Natividad del Señor se les antojaba algo como una fiesta de familia.

«Todo es inútil... la Iglesia me ha arruinado... no quiero nada con la Iglesia.... Creo en Dios... creo en Jesucristo... que era... un grande hombre... pero no quiero confesarme, señor Carraspique, y siento... darle a usted este disgusto.

Como en uno de los sucesivos jueves dijera algo acerca de lo que le había gustado la fiesta de Pentecostés, la principal del año en la comunidad, y después recayera la conversación sobre temas de iglesia y de culto, expresándose la neófita con bastante calor, Maximiliano volvió a sentirse atormentado por la idea aquella de que su querida se iba a volver mística y a enamorarse perdidamente de un rival tan temible como Jesucristo.

Hay cartas particulares y de negocios, cuentas, recibos, vidas de santos, la epístola del rey Abgar de Edesa á Jesucristo, y la contestación de éste, homilías, plegarias y evocaciones de varios linajes de seres sobrenaturales; del demonio Tamsari, del gran querubín Asaror, de los espíritus de los patriarcas Adán, Noé y Matusalén, y del ángel Chrufos.