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Todo esto, con el visiteo, el ir al campo a inspeccionar las labores, el ajustar todas las noches las cuentas con el aperador, el visitar las bodegas y candioteras, y el clarificar, trasegar y perfeccionar los vinos, y el tratar con gitanos y chalanes para compra, venta o cambalache de los caballos, mulas y borricos, o con gente de Jerez que viene a comprar nuestro vino para trocarle en jerezano, ocupa aquí de diario a los hidalgos, señoritos o como quieran llamarse.

Ya que estamos aquí, vámonos al centro de Jerez, a la calle Larga. Emprendieron una marcha en desorden por el interior de la ciudad. Lo que les tranquilizaba, infundiéndoles cierto valor, era no encontrar obstáculos ni enemigos. ¿Dónde estaba la guardia civil? ¿Por qué se ocultaba la tropa?

Mi querido amigo Esteven... Estimado señor ministro... El despacho era espacioso; bien amueblado, en punto a riqueza, pero sin gusto y sin estilo. S. E. estaba sentado delante del escritorio, pluma en mano; muy cerca, una bandeja con botella de Jerez y copas; del otro lado, una caja de cigarros: bebía un sorbo, chupaba el puro y escribía.

Nada seguramente. Nos casaríamos, y acto continuo nos iríamos á Jerez, para que conociese á sus amigas y á sus tíos. ¡Qué susto llevarían todos al verla del brazo de un caballero, y mucho más, cuando supieran que este caballero era su marido! Estaba tan linda, tan graciosa, que no pude menos de pedirle con vehemencia que me permitiese darle un beso. No fué posible.

El señorito mostrábase arrepentido de su pasado, y la gente, al transcurrir algunos meses, había olvidado por completo el escándalo del cortijo. Luis mostraba gran predilección por la vida en Marchamalo. Algunas veces le sorprendía la noche y se quedaba a dormir en la torre de los Dupont. Estoy allí como un patriarca decía a sus amigos de Jerez.

Velázquez entró en casa á la noche y se condujo con la misma soltura y libertad que si no hubiera hecho nada reprensible. Tan sólo dijo con afectada ligereza: Dispensa, hija, que no haya venido á buscarte. Me encontré con un antiguo conocido de Jerez, y no tuve más remedio que ofrecerle tu asiento. Soledad le dirigió una torva mirada de través y guardó silencio.

El vino de Jerez continuó con acento solemne el jefe del escritorio no es un advenedizo, un artículo elevado por la veleidosa moda; su reputación está de abolengo bien sentada, no sólo como bebida gratísima, sino como insustituible agente terapéutico.

Si los ricos son fuertes y nos pisan y hacen lo que quieren, no es porque tengan el dinero, sino porque saben más que nosotros... Estos infelices se burlan de cuando les digo que se instruyan, y me hablan de los ricos de Jerez, que son más bárbaros que los gañanes. ¡Pero eso no es cuenta!

Pedro Sancho y Francisco de Jerez, secretarios de Pizarro, antes que Antonio Picado desempeñara tal empleo, han dejado algunas noticias sobre su jefe; y de ellas, lejos de resultar la sospecha de tan suprema ignorancia, aparece que el gobernador leyó cartas.

Muchos ingleses no beben más que agua, y, según me han dicho, ya no es elegante, después de comer, que las señoras se vayan a charlar a un salón, mientras los hombres se quedan bebiendo, hasta que los criados se toman el trabajo de sacarlos de bajo de la mesa. Ya no necesitan por la noche, como gorro de dormir, un par de botellas de Jerez que costaban un buen puñado de chelines.