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Segundo Tte. Arístides Hernández Rodríguez. Teniente Dentista. Pablo Alonso Sotolongo. Tte. Jefe Sanidad. Antonio Rodríguez Valdés. Primer Tte. Músico Pablo Cancio Quintero. Teniente Farmacéutico. Juan González Ramírez. Coronel. José Francisco Lamas. Comandante. Felipe Blanco. Capitán. Desiderio Petterson y Hermoso. Capitán. Armando Montes y Montes. Primer Tte. Crescencio Cabrera y Hernández.

A más de esto, le asediaba el partido con sus exigencias de disciplina, gozaba del afecto del jefe, a cuya tertulia no le era lícito faltar, y tenía que ocuparse de la educación de sus hijos, dos muchachos irreprochables, que profesaban las ideas sanas de su padre y merecían los elogios de sus antiguos maestros, los buenos sacerdotes de la Compañía.

En las actuales operaciones, como en otras anteriores, se dará el caso de que numeroso Cuerpo de Ejército, regido por un Teniente General, no cuente con Jefe alguno de la categoría marcada para el mando de sus divisiones.

Los jinetes llegaban á todo correr, precedidos por el que parecía ser jefe de la partida, que montaba un hermoso caballo negro y vestía fino sayo de vellorí, cruzado el pecho por ancha banda de rojo color recamada de oro y cubierta la cabeza con un birrete de blancas plumas.

La estimación que le profesa el general en jefe es lo único que le ha movido a ofrecer a usted condiciones tan honrosas. Una larga resistencia no conduciría a nada. Somos dueños del Donon, y nuestro cuerpo de ejército ha entrado en Lorena. La campaña no ha de decidirse aquí y no tiene interés para ustedes defender un punto inútil. Queremos ahorrarles los horrores del hambre.

El jefe quedó en profunda reflexión, con la frente en una mano y el codo en la mesa. Ferragut conocía la justicia militar, expedita, intuitiva, pasional, atenta á sentimientos que apenas tienen valor en otros tribunales, juzgando por los movimientos de la conciencia más que por la letra de las leyes, y capaz de fusilar á un hombre con la misma prontitud que emplea para dejarlo en libertad.

D. Nemesio miraba con ojos enternecidos aquellas prendas. Se ha quedado el pobre señor con gorra y zapatillas, sin abrigo alguno, sin maleta... Se me ocurre una cosa. En la primera estación dejamos estos efectos al jefe y le telegrafiamos, ¿no le parece a usted? Encontré razonable la proposición, y como lo pensamos lo hicimos tan pronto como el tren se detuvo un instante.

A todo esto, pasaba el tiempo, Raúl se iba envejeciendo, los éxitos se hacían raros y no era ya el eterno galán joven que mandaba en jefe en el carnaval mundano. Ciertos síntomas insignificantes anunciábanle ya su próxima decadencia.

Nosotros, con gente en gran parte menos diestra, con armamento imperfecto y mandados por un jefe que descontenta a todos, podríamos, sin embargo, hacer la guerra a la defensiva dentro de la bahía.

Una negra que lo había servido en su infancia se presenta a ver a su Facundo; la sienta a su lado, conversa afectuosamente con ella, mientras que los sacerdotes, los notables de la ciudad, están de pie, sin que nadie les dirija la palabra, sin que el jefe se digne despedirlos.