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La portera de la casa indicada por Jacinto se prestó a dar cuantas noticias se le exigían, mas lo único de provecho que Juan obtuvo de su indiscreción complaciente fue que en la casa de huéspedes del segundo habían vivido un señor y una señora, «guapetona ella» durante dos días nada más.

Las mencionadas cuatro acciones, no veo yo que influyan unas en otras. Todas caminan simultáneamente y sólo coinciden en un punto: en contribuir al desengaño del médico D. Jacinto que, desencantado de la vida de aldea se va de Venusta para vivir de nuevo en las grandes ciudades, donde tal vez le aguardan no menores desengaños.

Nadie la veía ni en paseos, ni en teatros, ni en toros, ni en verbenas y veladas. Iba solo a las iglesias, humildemente vestida con basquiña y negro manto de beata. Sólo un hombre además de su confesor, hablaba ya en ocasiones con ella. Este hombre era D. Jacinto.

Sólo el P. Jacinto, que amaba tiernamente á don Fadrique, le defendía de las acusaciones y quejas de los otros frailes.

Este Jacinto Cordero, ó, como suena su nombre en portugués, Cordeyro, según Barbosa Machado, fué natural de Lisboa, en donde murió, el 28 de febrero de 1646, á la edad de cuarenta años. No he visto el tomo, muy raro, de todas sus comedias, aunque un fragmento del mismo en poder del Sr. Termina de este modo: Y aquí el poeta da fin A su comedia, notando Ser la primera que ha hecho.

Pronto llegaron a oídos de D. Jacinto las nuevas de conversión tan ejemplar y milagrosa, y de aquí nació la mayor falta que en su vida cometió D. Jacinto, estimulado, sin duda, por el demonio del orgullo, el cual demonio hubo de prevalerse de sentimientos, muy otros, llenos de caridad y misericordia.

Los dos clientes se encogen de hombros y se marchan a ver los telegramas expuestos. En la primera alza las vendemos dice Jacinto. Y el alza vendrá en pocos días contesta Quilito convencido; ¡ya lo verás! Las ideas de pérdida y de insolvencia que, a pesar suyo, se entrechocan en su cerebro, les produce desagradable comezón. Si pierdo piensa Jacinto, pagará el viejo.

Me alegro y me felicito dijo ensayando nuevo saludo; esto me prueba que marchamos viento en popa. ¡Y tanto! contestó Jacinto con petulancia.

El P. Jacinto leyó la carta que le entregó D. Fadrique. Luego sacó éste del bolsillo un paquete de papeles. Le puso sobre la mesa y dijo: Aquí están los papeles todos que se requieren para formalizar la donación, la cual deseo que se lleve á feliz término por medio de V.

Doña Blanca, según se ve, iba ya perdiendo su aplomo y su dificultosa dulzura. El P. Jacinto empezaba también á amostazarse; pero hizo un esfuerzo heroico, y en vez de seguir adelante y de excitar la tempestad, procuró calmarla por cuantos medios se le ocurrieron. Tienes razón que te sobra contestó con mucha humildad. Yo debí disuadirte á tiempo de que concertaras esa boda.