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Pero esta vez, las palabritas dulces, no le hacían ningún efecto; sin concluirla la guardó, y quedóse cavilando sobre la relación de Jacinto, desalentado ante la gravedad de la lucha; él iba a la conquista de la felicidad y de la fortuna, al asalto, al escalamiento, como tanto guerrero intrépido de la época. ¿Por qué no había de hacerse rico, por un golpe audaz de la suerte?

Más aún me ha llamado la atención otro descubrimiento de la misma especie, que yo he hecho en El médico de su honra. El Don Gutierre, que conocemos, se llama en él Don Jacinto; Mencía, Doña Mayor; una criada lleva el nombre de Mencía.

Jacinto quedó confuso. Tornó á hablarle y ella á responderle con igual aspereza. Entonces permaneció silencioso. Al cabo de algunos momentos Flora le interpeló con violencia acerca de su visita nocturna en Entralgo. Aquello estaba muy mal hecho. Debía de comprender que no hallándose en su casa era indecente el ir á llamar de noche al balcón de su cuarto.

¡Las cosas que le estaría diciendo el muy pícaro! interrumpió Lolita. Jacinto prosiguió impávido su historieta.

¡Si todos fueran como usted! decía don Raimundo guardando enternecido los billetes en el bolsillo interior de su levitón; se está poniendo la plaza de tal modo, que no sabe uno ya con quién trata. Ya tendrá usted sus quebraderos de cabeza insinuó Jacinto, y qué gastar muchas botas y cansar mucho las piernas.

No bien entró el P. Jacinto con su compañero, cerró de nuevo la puerta y dijo en alta voz: Dios te guarde, muchacha. Dios guarde á su merced, contestó ella. Entonces el Comendador y su guía subieron rápidamente la escalera. Ya en la antesala, donde tampoco había un alma, dijo el fraile á D. Fadrique, señalándole una puerta: Allí está Doña Blanca. Entra... háblale; pero ten juicio.

Las calmas que veníamos experimentando nos agotaron casi todo el fresco de que podíamos disponer, así que, aprovechando el seguro y resguardado puerto de San Jacinto, anclamos en él á fin de refrescar víveres. San Jacinto es un pintoresco pueblecito situado en la isla de Ticao.

Cristóbal de Morales escribió una segunda parte de la comedia anterior con el título de La estrella de Montserrat, conservándose también diversas comedias suyas, principalmente religiosas. Jacinto Cordero, llamado generalmente el Alférez, que según parece escribía ya para el teatro á principio de este período, por cuya razón debió acaso ser nombrado en el tomo anterior.

Pero V. no ha hecho lo que yo. V. no ha puesto al pobre desterrado en comunicación con Clara: yo . Yo he escrito á Clara tres cartas nada menos, y á fuerzas de súplicas he logrado que el P. Jacinto se las entregue. En mis cartas copio á Clara algunos párrafos de los que me ha escrito D. Carlos. Ese secreto le sabía en parte. El P. Jacinto me había dicho que había entregado tus cartas.

De esta suerte se atormentaba D. Fadrique en afanoso soliloquio, en que volvía cien y cien veces á repetirse lo mismo. El que no viniese el P. Jacinto á hablar con él inspiraba al Comendador la mayor inquietud. Varias veces se asomó al balcón de su cuarto, que daba á la calle, á ver si le veía salir de casa de Doña Blanca.