United States or Colombia ? Vote for the TOP Country of the Week !


Un poquitito... pero con usted siempre contento. ¿Quiere usted volver a bajar? ¿Otra vez? , para volver a subir... Como si quisiera usted ir al cuarto piso. No me lo perdonaría, si usted me acompañaba, fatigándose tanto. Entraron, y Jacinta se metió en el cuarto de la santa. Moreno fuese al suyo y se dejó caer en el sofá, echándose el sombrero para atrás.

Es claro que a él le importa principalmente dijo Santa Cruz hostigándole más . Y que tiene el genio blando este señor Ido. Y para que usted, señora añadió el desgraciado mirando a Jacinta de un modo que la hizo estremecer , pueda apreciar la justa indignación de un hombre de honor, sepa que mi esposa es... ¡adúuultera!

Pasaban meses, pasaban años, y en aquella dichosa casa todo era paz y armonía. No se ha conocido en Madrid familia mejor avenida que la de Santa Cruz, compuesta de dos parejas; ni es posible imaginar una compatibilidad de caracteres como la que existía entre Barbarita y Jacinta.

Quién diría que en medio de la calle podía uno...». Si alguien nos viera... murmuró Jacinta ruborizada, porque en verdad, aquel rincón de Zaragoza podía ser todo lo solitario que se quisiese, pero no era una alcoba. Mejor... si nos ven, mejor... Que se aguanten el gorro. Y vuelta a los abracitos y a los vocablos de miel.

Mira cómo sube, mira cómo baja. Las cinco rayas parece que están grabadas con tinta negra sobre el cielo azul, y que el cielo es lo que se mueve como un telón de teatro no acabado de colgar. Lo que yo digo expresó Jacinta riendo Mucha poesía, mucha cosa bonita y nueva; pero poco que comer. Te lo confieso, marido de mi alma; tengo un hambre de mil demonios.

Todo era convencionalismo y frase ingeniosa en aquel hombre que se había emperejilado intelectualmente, cortándose una levita para las ideas y planchándole los cuellos al lenguaje. Jacinta, que aún tenía poco mundo, se dejaba alucinar por las dotes seductoras de su marido.

Jacinta parecía alegre, Dios sabría por qué... Inclinose sobre el lecho y empezó a hacerle mimos a su marido, como podría hacérselos a un niño de tres años. ¡Ay, qué mañosito se me ha vuelto este nene!... Le voy a dar azotes... Toma, este por tu mamá, este por tu papá y este grande... por tu parienta... ¡Rica! Si no me quieres nada. Anda, zalamera... quien no me quiere nada eres .

Jacinta se desbarataba de risa, y el Delfín hablando con un poco de seriedad, prosiguió: «Bien sabes que no soy callejero... A fe que te puedes quejar. Maridos conozco que cuando ponen el pie en la calle, del tirón se están tres días sin parecer por la casa. Estos podrían tomarme a por modelo».

La suerte de ellas era que lo tomaban a broma. «Jacinta, ponme un pañuelo de seda en la garganta... Chica, no aprietes tanto que me ahogas... Quita, quita, no sabes. Mamá, ponme el pañuelo... No, quitádmelo; ninguna de las dos sabe liar un pañuelo. ¡Pero qué gente más inútil!». Pasa un ratito. «Mamá, ¿ha venido La Correspondencia?». No, hijo. No te desabrigues. Mete estos brazos.

A Jacinta le daban marcos cuando los miraba con fijeza. Ya se acercaban hasta tocar con su copudo follaje la ventanilla; ya se alejaban hacia lo alto de una colina; ya se escondían tras un otero, para reaparecer haciendo pasos y figuras de minueto o jugando al escondite con los palos del telégrafo. El tiempo, que no les había sido muy favorable en Zaragoza y Barcelona, mejoró aquel día.