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Igualdad, palos de telégrafo, cabras, charcos, matorrales, tierra gris, inmensidad horizontal sobre la cual parecen haber corrido los mares poco ha; el humo de la máquina alejándose en bocanadas majestuosas hacia el horizonte; las guardesas con la bandera verde señalando el paso libre, que parece el camino de lo infinito; bandadas de aves que vuelan bajo, y las estaciones haciéndose esperar mucho, como si tuvieran algo bueno... Jacinta se durmió y Juanito también.

Es una manera especial que tienen los chicos de decir: «Esto me aburre; de buena gana me marcharía». Jacinta le retuvo a la fuerza. Vamos a ver, Sr. de Izquierdo dijo la dama, planteando decididamente la cuestión . Ya por su vecino de usted quién es la mamá de este niño. Está visto que usted no lo puede criar ni educar. Yo me lo llevo. Izquierdo se preparó a la respuesta.

Y ahora se van a comer. ¿Y me voy a quedar solo con Blas? No, tonto, Jacinta comerá aquí contigo. Mientras su mujer comía, ni un momento dejó de importunarla: « no comes, estás desganada; a ti te pasa algo; disimulas algo... A no me la das . Francamente, nunca está uno tranquilo... pensando siempre si te nos pondrás mala.

La primera contestación de Santa Cruz fue romper a reír. Su mujer le tapaba la boca para que no alborotase. Después el muy tunante empezó a razonar sus explicaciones, revistiéndolas de formas seductoras. ¡Pero qué huecas le parecieron a Jacinta, que en las dialécticas del corazón era más maestra que él por saber amar de veras!

Jacinta se avergonzaba de antemano, poniéndose colorada, sólo de considerar que entraba Barbarita diciéndole con su maleante estilo: «Pero hija, ¿conque es cierto que mandaste a Deogracias meterse en las alcantarillas para salvar unos niños abandonados...?». Sólo a su marido, bajo palabra de secreto, contó el lance de los gatitos.

Severiana la enseñó como un trofeo, reventando de orgullo. «¡Un conejoclamaron media docena de voces... «¡Hija, cómo te has corrido!». «Hija, porque se puede, y lo he sacado por siete riales». Jacinta creyó que la cortesía la obligaba a lisonjear a la dueña de la casa, mirando con muchísimo interés las provisiones y elogiando su bondad y baratura.

Y la pobre Jacinta, a todas estas, descrismándose por averiguar qué demonches de antojo o manía embargaba el ánimo de su inteligente esposo.

Lo que hice fue ponerme en salvo como los demás por lo que pudiera tronar. Mira, mira, querida esposa dijo Santa Cruz, mostrando a su mujer el chaleco, que se quitó apenas puesto . Mira cómo cuelga ese último botón de abajo. Hazme el favor de pegárselo o decirle a Rafaela que se lo pegue, o en último caso llamar al coronel Iglesias. Venga acá dijo Jacinta con mal humor, saliendo otra vez.

Y él tan serio, con las mejillas encendidas por la vergüenza infantil, que tan fácilmente se resuelve en descaro. «A cuenta que no es corto de genio; pero se espanta de las personas finas» dijo Izquierdo empujándole hasta que Jacinta pudo cogerle.

Todo el toque estaba en observar la cara que pondría Juan al verle. ¿Diríale algo la voz misteriosa de la sangre? ¿Reconocería en las facciones del pobre niño las de...? Al interés dramático de este lance sacrificaba Jacinta la conveniencia de los procedimientos propios de tal asunto.