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Entonces Ivonet llamó á un tal Ducoureau, diciéndole: "Lleve al señor al lugar en que se encuentra acampada la 'artillería' y dígale á Saborié que he nombrado á este blanco Jefe de la Artillería del Ejército Reivindicador." Ferreiro quedó confuso, anonadado. ¿Jefe de artillería él, que no sabía ni qué forma tenía una granada, ni jamás había visto de cerca un cañón?

No hay que hacerse ilusiones; mientras que Ivonet, Estenoz, y los principales cabecillas del movimiento no se convenzan de que los yankees no tienen el propósito de intervenir, se guardarán bien de rendir las armas, pues pensarán que el gobierno, al verse seriamente amenazado por una nueva intervención, acabará por concederles todo cuanto piden.

Ivonet prometió devolvérselos, y Ferreiro, con la alegría natural del que logra su objeto, se disponía á buscarlos, cuando fué visto por un "coronel" que había sido su compañero de trabajo cuando aun no poseía los mulos, y trabajaba en la colocación de barrenos de dinamita para perforar las galerías de la mina.

Pero al alzarse en armas los independientes de color y poner en práctica todos los recursos que el estar fuera de la ley les proporcionaba, un día acamparon las fuerzas de Ivonet por las inmediaciones de Daiquirí, y como consecuencia se llevaron todo lo que á su paso encontraron, inclusive las mulas del buen Ferreiro.

Por esta razón, estoy convencido de que Ivonet y Estenoz, con sus partidas, volverán á Ramón de las Yaguas, ó, por lo menos, intentarán hacerlo.

En Oriente, sobre todo, los trabajos de Lacoste, Estenoz, Ivonet y otros apóstoles del racismo, se realizaban á pleno sol, en la plaza pública, en medio de la calle: todo el mundo estaba perfectamente enterado de lo que ocurría, y es de suponerse que el gobierno central y las autoridades locales también lo sabían.

Ahora que se han suspendido las garantías constitucionales, van á saber esos pillos lo que es bueno. Hay que dar mucho machete, prorrumpe otro amable sujeto haciendo un gesto terrible, capaz de hacer presentar á Ivonet. ¿Fuma usted? pregunta sacando la tabaquera y ofreciéndola á uno de los belicosos interlocutores. ¡Cómo! ¿Nada más? Pues, ¿qué creía usted?

Ha caído Estenoz, ha caído Ivonet, se han sometido los pocos jefes del movimiento que lograron sustraerse al plomo de las tropas leales; y como consecuencia de tan resonantes victorias ha renacido la paz y va poco á poco renaciendo la confianza.

Estenoz, Ivonet, Surín, Lacoste, todos los llamados jefes del Partido Independiente de Color, que habían de convertirse poco después en cabecillas del movimiento armado, convencidos de que con promesas de futuras ventajas políticas no lograrían despertar el dormido entusiasmo de sus parciales, recurrieron al criminal expediente de excitarlos á la lucha, propalando las más calumniosas especies contra los blancos, y ofreciéndoles como horribles trofeos de victoria, el saqueo de nuestros hogares, la sangre de nuestros hombres y la honra de nuestras mujeres.

Nosotros nos limitamos á consignar que los negros rebeldes de Ivonet y Estenoz no desplegaron ninguna de las legendarias dotes de energía y audacia que caracterizaron en otros tiempos á los montañeses orientales. Por lo que hace á las causas que hayan podido motivar esta carencia absoluta del legendario valor, ya hemos dicho que nos son desconocidas, y no tenemos el menor interés en averiguarlas.