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¡A Italia!... no, porque los asesinos son castigados con la muerte, ¿no lo sabes, Blasillo? ¡Dios mío! ¡usted asesino! dijo el muchacho con espanto. Escucha. Blasillo, yo tenía catorce años; mi hermana Sed'lha y yo conducíamos a nuestro padre que apenas podía andar, cuando cayó herido de un tiro de carabina. Era el fruto del odio santo, que nos tenía un cristiano.

Por ahora, y sabe Dios hasta cuándo, la amenaza de guerra es constante, y en vez de ser segura la paz en la tierra á los hombres de buena voluntad, estamos amenazados siempre de una estupenda y colosal conflagración belicosa, en que luchen por un lado Alemania, Austria é Italia, y por otro Francia, tal vez auxiliada por Rusia. Si por desgracia llegara este caso ¿qué le convendría hacer á España?

Alza su vuelo el águila altanera ráuda cruzando pueblos y naciones, y hace con sus despojos y pendones arco triunfal á su triunfal carrera. Tiembla aterrada y muda Europa entera por su acerada garra hecha girones desde las frias, árticas regiones, hasta la Italia donde el sol impera. Quiere herir al Leon envanecida, mas, de su roja crin tendiendo el pelo, su zarpa clava en ella y cae vencida.

Ven acá, salero, siéntate á mi vera, á ver si vivo cien años más. Soledad sonrió con benevolencia. ¿Para qué tanto? ¿No vale más estar á mi vera que vivir cien años? ¡Mucho que ! ¡Bendita sea tu boca, clavel de la Italia! Mejor quiero estar á tus pies una hora que seis meses tomando monedas de cinco duros. Es que no las has visto.

Llegan á centenares las lápidas que contiene el Museo de mármoles de todos colores y tipos, de muchos puntos de Europa, como España, Italia, Suiza y Bélgica, y muy especialmente de las ricas canteras de Francia.

Es Turin quizá la única poblacion de Italia que carece de templos monumentales, de iglesias donde el arte brilla: recorrí muchas y no encontré una sola que merezca un elogio, se entiende bajo la calificacion de artística. Uno de los sitios mas pintorescos de los alrededores de Turin es el llamado Vigna della Regina: frondosidad y verdura, alegres y blancas casas, colinas lindísimas.

Se puso de pie en el acto que me vio, y me saludó con apresuramiento cuando el sirviente anunció mi presencia. Otra vez está de vuelta, señor Greenwood exclamó. ¡Oh, cuánto me alegro! He extrañado mucho no haber sabido nada de usted. ¿Dónde ha estado? En Italia repliqué, sacándome el sobretodo por indicación de ella, y sentándome después a su lado en un silla baja.

En Melinda debían venderlos o dejarlos en depósito y tomar en cambio mercancías de Abexin, Arabia y Egipto y aun algunas de Siria, de las islas de la Grecia y de la misma Italia que todavía llegaban hasta allí, importadas en Egipto por los venecianos, a pesar del golpe mortal que a su comercio habían dado los portugueses.

Algunos entrecerraban los párpados para soñar mejor en las comarcas lejanas, donde se llegaba de golpe a la riqueza, sin la infamante paciencia del mercader, y veían pasar por su imaginación tierras inverosímiles, en las cuales el pie topaba a cada paso con venas de oro desnudo. Los que llegaban de Italia traían obsequios y misivas y daban las últimas noticias acerca del turco.

Porque las cosas, los hechos y las ideas no nos chocan o escandalizan en la medida en que sean monstruosas, sino en la proporción en que salgan de lo ordinario; dejan de chocarnos cuando son o se vuelven ordinarios, como ocurre con la idea del pecado original y del juicio final, con el diablo, el purgatorio y el infierno, como ocurría con la incineración de las viudas en la India, antes de la dominación inglesa, como ocurre con el eunuquismo en los países musulmanes, con las maffias y las camorras en el sur de Italia, con las corridas de toros en España y con los linchamientos en Norte América.