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De todas las empresas marítimas, aquella en que más ha perseverado, es el descubrimiento de un paso al norte de la América para irse en derechura de Europa á Asia. Las más vulgares leyes del buen sentido hubieran debido indicar anticipadamente que á existir dicho paso, en tan fría latitud, en una zona cubierta de hielos, de nada serviría, puesto que ningún ser humano querría aventurarse en él.

Y Maltrana describió la fiesta íntima en el fumadero después del baile, cuando las graves damas con sus hijas se habían retirado a los camarotes y sólo quedaba en la cubierta algún que otro señor entregado a su paseo habitual antes de irse a la cama.

Por el buen parecer, doña Luz había vivido, sin el menor conato de irse a su casa, en la casa de don Acisclo, hasta que cumplió veintidós años. Desde entonces en adelante, intentó varias veces irse a vivir sola a su casa; pero D. Acisclo la retenía suave y cariñosamente.

Meses antes, al llegar con el otoño la terminación de la temporada de corridas, el espada había tenido un encuentro en la iglesia de San Lorenzo. Descansaba unos días en Sevilla antes de irse a La Rinconada con su familia. Al llegar este período de calma, lo que más agradaba al espada era vivir en su propia casa, libre de los continuos viajes en tren.

Don Adrián y su hijo, respondió Nieves con la mayor tranquilidad. Bermúdez se quedó lo que se llama cortado; amagó una respuesta evasiva, y lo puso peor. Su hija no pudo menos de sonreírse al verle tan apurado, y le dijo muy templada: Mejor pago merecían de ti: créeme. Esto ocurría al irse cada cual a su agujero después de la sobremesa.

En este pasage y en otros muchos, lord Byron manifiesta el deseo de comunicar con los espiritus, lo mismo que Manfredo, y de irse lejos del mundo en donde le cuesta mucho trabajo el marchar por el terreno rastrero de los pormenores de la vida.

Entraba en aquel momento Celedonio el acólito que se metió en la conversación diciendo: No señor, ya se han ido. Eran doña Visita y la señora Regenta. Se han ido. Yo hablé con ellas. Les dije que hoy no se sentaba el señor Magistral; y doña Visita que ya quería irse antes, cogió del brazo a doña Ana y se la llevó. ¿Y qué decían? preguntó don Cayetano. Doña Ana callaba.

Siempre había conseguido un remedio en los mayores apuros de su vida; siempre lograba salir de los conflictos bien ó mal; pero ahora no podía acertar con la solución necesaria... ¿Irse de allí? ¿Cómo lograrlo?

No le daba la gana de irse, y no se iba. Ella era muy flamenca; le gustaba la tierra y su gente. Marcharse sería poco menos que morir. Anduvo algún tiempo por Madrid con su hermana, pero sus viajes fueron de corta duración.

Cuando el tren rompió a andar, pasaron unas chispas, rápidas como exhalaciones, ante el cristal en que apoyaba su rostro el recién llegado. Al cual no dejó de parecer extraña y desusada cosa así que, cesando de contemplar las tinieblas, convirtió la vista al interior del departamento el que aquella mujer, que tan a su sabor dormía, se hubiese metido allí en vez de irse a un reservado de señoras.