United States or Uganda ? Vote for the TOP Country of the Week !


Entonces estaba muy de moda entre los jóvenes pudientes de aquí, irse á San Juan de Luz y á Bilbao, con motivo de unos célebres partidos de pelota que había á cada paso entre vascongados y bayoneses.

Mi hermana ella era la que me cuidaba la casa entonces, ha muerto también hace mucho tiempo, la buena vieja... se había esforzado por poner un poco en orden la casa de Pütz; había hecho sacar los paños negros, el catafalco... pero, en tan poco tiempo, no se había podido hacer gran cosa, fuera de eso. La dejé irse.

Supla esta bella estrofa las frases que yo no encuentro para pintar la desolación de aquella escena. ¡Se lloraba al padre, al esposo, al hijo, que se iban, quizá para siempre; pero que, al irse, se llevaban el pan de los que se quedaban!

Comprendió que su ídolo se hallaba bajo el influjo de uno de aquellos engreimientos en ella tan comunes, y se levantó del banco resuelto á irse. Pero antes de llegar á la puerta salióle al encuentro la morenita del columpio, que estaba agradecida de su galantería. ¿Adónde tan solo, hijo? Pues á la calle, niña respondió Uceda haciendo esfuerzos por sonreir. ¿Cómo? ¿de marcha ya?

María vaciló un momento sobre lo que había de contestar, levantó sus grandes ojos, miró a Stein, los volvió a bajar, miró de soslayo a Momo, se sonrió en sus adentros al verle las orejas más coloradas que un tomate y contestó al fin. ¿Y usted, don Federico, en qué la haría consistir?, ¿en irse a su tierra? No respondió Stein. ¿Pues en qué? prosiguió preguntando María.

Las palabras eran impotentes ante su desesperación. Sólo había sabido balbucear, como si hablase con ella misma: «Yo alemana... El se va; tiene que irse... Sola... ¡sola para siempre!...»

Pero ¿cómo Poldy, que era pobre y desvalida también, había de irse con su hermano y serle constantemente gravosa? Esto no era posible. A Poldy además le dolía en el alma tener que abandonar aquellos lugares, tan llenos para ella, de dulces y misteriosos recuerdos.

Fué su compatriota González quien, abandonando el mostrador del almacén, se encargó de todo lo necesario para dar sepultura á estos restos. Usted lo que debe hacer es irse á Buenos Aires repetía el almacenero . Don Ricardo y yo le sustituiremos aquí. En la capital trabajará usted por nosotros más que si se queda en la Presa.

También me manifestó la noche antes de irse, aquí en esta pieza, donde estábamos sentados fumando, que el secreto estaba archivado en forma de registro cifrado, pero de una naturaleza tal, que ninguno que lo descubriera podría leerlo sin poseer la clave de la cifra. ¡Entonces fue aquí, en estas cartas, donde le dejó estampado el secreto! grité, interrumpiéndolo. Justamente.

¿Quién duda de eso? -dijo la sobrina-. Pero, ¿quién le mete a vuestra merced, señor tío, en esas pendencias? ¿No será mejor estarse pacífico en su casa y no irse por el mundo a buscar pan de trastrigo, sin considerar que muchos van por lana y vuelven tresquilados? ¡Oh sobrina mía -respondió don Quijote-, y cuán mal que estás en la cuenta!