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Y miraba a Maltrana con súbito rencor, cual si le irritase verlo rodeado de los lujos de un gran trasatlántico, mientras ellos, hombres ricos, habían ido a América sufriendo hambre en buques de vela. Un señor malhumorado el tal Manzanares, de esquelética delgadez y el bigote gris caído sobre las mandíbulas salientes. Sus ojos turbios sólo se animaban con los fulgores de la rabia.

Por lo pronto tuvo esto a raya a la multitud, pero no faltó quien la irritase, y empezó entre los tres caballeros por una parte, y siete u ocho fidalgos que estaban a pie y vinieron a auxiliarlos, y por otra parte la desarrapada muchedumbre, una muy reñida escaramuza, que hubiera terminado en tragedia, si por dicha no hubiesen amortiguado la cólera de todos, parándolos atónitos y respetuosos el resonar de los clarines y el estruendo jubiloso de las aclamaciones que anunciaban la entrada en la plaza del Rey y de su comitiva.

Entonces el leonero, menudamente y por sus pausas, contó el fin de la contienda, exagerando, como él mejor pudo y supo, el valor de don Quijote, de cuya vista el león, acobardado, no quiso ni osó salir de la jaula, puesto que había tenido un buen espacio abierta la puerta de la jaula; y que, por haber él dicho a aquel caballero que era tentar a Dios irritar al león para que por fuerza saliese, como él quería que se irritase, mal de su grado y contra toda su voluntad, había permitido que la puerta se cerrase.

Tampoco fueron bastantes á aplacar su ira los ruegos de su hermano D. Pedro de Acuña, conde de Buendia, quien le protestaba no se irritase tan terriblemente, que tal vez una fraguada noticia, como podia ser, fuera el motivo del ludibrio y las imprecaciones que dirigia sin distincion de parientes y amigos.

Pero el generoso león, más comedido que arrogante, no haciendo caso de niñerías, ni de bravatas, después de haber mirado a una y otra parte, como se ha dicho, volvió las espaldas y enseñó sus traseras partes a don Quijote, y con gran flema y remanso se volvió a echar en la jaula. Viendo lo cual don Quijote, mandó al leonero que le diese de palos y le irritase para echarle fuera.

La imagen del héroe paterno surgía ahora en su memoria con los ojos bondadosos y una sonrisa que parecía agitar como un viento dulce el bosque de sus barbas. Le diría toda la verdad. Le haría saber que llegaba á Nápoles para llevárselo, como un buen camarada que socorre á otro en un peligro. Tal vez se irritase y le diese un golpe; pero él conseguiría su propósito.