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Nacida en la Argentina, su origen y su apellido parecían irradiar un halo de gloria sobre la prole, borrando la insignificancia del origen paterno. La familia residía en París, y cada dos o tres años regresaba a América para que el jefe viese de cerca la marcha de sus negocios.

Hasta se ha establecido una oposición imaginaria, absurda, entre el pretendido materialismo antiguo y los artistas cristianos del Renacimiento; y éstos se arrodillaron, sin embargo, ante el divino arte pagano, y los más grandes aspiraron, de la noción helénica, la divina placidez que había de irradiar en sus Vírgenes y en sus ángeles de amor; pero abrumados por la oscuridad de los siglos anteriores, hicieron el milagro sin llegar nunca a la suprema delicadeza que es el triunfo del arte antiguo y que lo pone en armonía con el movimiento de las esferas.

Las creaciones fecundas de los genios De su frente mirabas irradiar, Y veias en su zona luminosa A la espada civil sobre el altar; Mudo el cañon, que en los presentes dias Al mas potente la justicia , Y alumbrando este cuadro de ventura Del cristianismo el fúlgido fanal.

Con las manos tendidas y una expresión gozosa en el rostro, que hacía irradiar sus lentes, avanzó hacia Ferragut. Su encontrón casi fué un abrazo... «¡Querido capitán! ¡tanto tiempo sin verle!...» Sabía de él con frecuencia, por los informes de su amiga; pero aun así, lamentaba como una desgracia que el marino no hubiese venido á verla.

Ante él erguíase el Vedrá, peñasco aislado, mojón soberbio de trescientos metros de altura, que en su aislamiento aún parecía más enorme. A sus pies la sombra del coloso daba a las aguas un color denso y transparente a la vez. Más allá de su sombra azulada hervía el Mediterráneo con burbujeo de oro bajo la luz del sol, y las costas de Ibiza, rojas y escuetas, parecían irradiar fuego.

Verbo del opreso, anatema al poder, tus hojas santas, al irradiar en los cerebros muertos, de la opresión libraron una raza. Te cierro ya. En la noche de su sueño, ¡paz al patriota que escribió tus páginas! dile que sus hermanos no le olvidan, que en cada pecho se le erige un ara. Octubre, 1898.

El automóvil emprendió el regreso á Las Arenas siguiendo la ribera de la ría que parecía irradiar fuego bajo el torrente ardoroso del sol. Doña Cristina sonreía al paisaje, encontrándolo más hermoso que otros días. ¿Pero no has notado, Pepita, qué alegría da el recibir al Señor? que hemos empleado bien la mañana.

Tomamos el camino del borde mismo del acantilado; las olas batían allí abajo haciendo estremecerse el monte. La niebla iba ocultándolo todo, y el mar se divisaba a ratos con una pálida claridad que parecía irradiar de las aguas. Contemplábamos atentos el telón gris de la bruma.

Por encima del Cap-Martin descendían los Alpes italianos, y en sus últimas estribaciones, á ras del agua, blanqueaban las poblaciones fronterizas: Vintimiglia y Bordighera. Por un capricho atmosférico, flotaba en mitad del cielo sereno una nube compacta, alargada, semejante á una isla cubierta de nieve. Su blancura parecía irradiar una luz interior.