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Don Guillen apoyó los codos en las piernas, la frente en las palmas. Hubo un largo silencio. Irguióse y enhebró la interrumpida hebra del discurso: [Nota: DRAMA DE CONCIENCIA DE DON GUILL

Se entregaban con verdadera furia al goce de esta fiesta extraordinaria, que era como un relámpago en su vida oscura y triste. Una de ellas, por una copa derramada sobre su falda, irguiose amenazando a otra con las uñas.

Irguiose, y sin ser visto ni sentido por la doncella, fue a echarse solo sobre la cama, y a soñar en aquel beso que Beatriz había espantado con su grito, en aquella boca tentadora y terrible que palpitaba y mariposeaba desde entonces por delante de su alma. A la mañana siguiente, a la hora de costumbre, Ramiro encaminose a la calle de Beatriz. Pasó y repasó muchas veces por delante del palacio.

Irguiose entonces el valiente mozo, y le respondió, oprimiéndole una mano con las dos suyas: ¡Ay, señor don Claudio! si después de salvarse Nieves me hubiera quedado yo en el fondo, de la mar, ¡qué fortuna para ellos y para !

Pero de pronto apareció Edmundo, y adelantándose al frente de la muchedumbre en expectativa, dijo lo siguiente: No es mi costumbre echar a perder las bromas, muchachos y en esto irguiose el hombrecillo resueltamente, haciendo frente a las miradas en él fijas, pero me parece que esto no cuadra. Es hacer un desafuero al chiquitín, eso de mezclarle en bromas que no puede comprender.

Himno de muerte parecía el rugido de sus armas, y en su mismo estertor... ¡ay! frente a ella irguióse su conciencia: ¡cuán manchada! Entonces, al clangor estrepitoso que producían, al herir, las balas, veía al pueblo defender sin miedo la idea que tus párrafos inflama.

Pasados próximamente diez minutos, se oyó el redoble de un tambor, y aquella masa humana se lanzó corriendo hacia los parapetos, gritando, tanto los oficiales como los soldados: Worwaerts! La tierra se estremecía. Materne irguiose cuan largo era, y colocándose al lado de la trinchera, con voz terrible y un fuerte temblor en las mejillas, exclamó: ¡Arriba!..., ¡arriba!...

Irguióse la otra como una Juno a quien dijeran que la ninfilla más patimondada del Olimpo iba a sentarse en su carro tirado por pavos reales, y contestó desdeñosamente: ¿A ?... Jamás me ha merecido ni un bostezo, que es el último de los gestos despreciativos... También la marquesa de Villasis hacía sus observaciones.

Un minuto más que hubiera ella tardado, y el pobre Santo, indefenso, hubiera perdido sus dos ojitos clementes, llenos de lágrimas. Irguióse la muchacha, indignada, con el Niño en los brazos, y le besó con ternura compasiva, dispuesta a defenderle y amarle contra todas las sombras perversas de Rucanto.

¡Oh, cállate, Rodolfo! ¡Cállate! y posó sus labios sobre los míos. Si yo no volviese murmuré, tendrías que ocupar mi puesto, porque entonces serías la única representante de nuestra casa. Tu deber entonces sería reinar, no llorarme. Irguióse con toda la majestad de una Reina y exclamó: ¡, lo haría! ¡Ceñiría la corona y representaría mi papel! Pero ¡ah! mi corazón moriría contigo...