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Ellas no invocaban a María y José, quienes sólo se apiadan de sus clientes y obran con la misma parcialidad de un cacique nacionalista o demócrata. ¿Y qué significa la ley que no admite y persigue la poligamia cuando son esposas de Jesús tantas vírgenes que esperan otra vida para entregarse a su esposo? ¿Y qué decir de María, esposa del Padre, de su propio hijo, de José y Santo Domingo? El Sr.

Abrid paso exclamó uno de los diputados más notables de las Cortes de entonces. Lázaro tuvo una inspiración. El recuerdo de su joven y amable amiga le fortalecía; y á la manera de aquellos caballeros antiguos, que invocaban el auxilio soberano de su dama antes de entrar en combate, procuró evocar todas las imágenes de gloria y felicidad que le habían dado estímulo.

¡Discretos homenajes que invocaban inconscientemente el pasado! Pero para Liette no tenía ya rencor y habíase hecho en su alma la paz. Las arrugas que por un momento habían alterado su límpida superficie al soplo de la cólera y de la indignación, se habían borrado sin dejar trazas a la primera sonrisa del niño. Liette era madre, nada más que madre, y era bastante.

Vivían en la salida de los hermosos valles que descendían de Palmira, el «techo del mundo», sabían utilizar todos los torrentes de agua clara dividiéndolos en numerosos canales, transformando así en fértiles huertas sus áridas tierras, y si invocaban á las fuentes, si las ofrecían sacrificios, no era sólo porque el agua fertilizaba sus campos y hacía crecer sus árboles y calmaba la sed de ellos y sus ganados, sino también, según decían, porque el agua purifica á los hombres, equilibra las pasiones y calma los «deseos desmedidos». El agua era quien les evitaba los odios y furias insensatos de sus vecinos, los semitas del desierto, y ella era quien les había salvado de la vida errante fecundando sus campos y alimentando sus cultivos; á ella debían el haber podido fijar la primera piedra del hogar, y luego, la población y la ciudad, ensanchando así el círculo de sus sentimientos y sus ideas.

Reconocían la inmortalidad de las almas, las cuales habían de gozar en el mundo de los espíritus, ó sufrir en Zazarraguan ó casa de Caifí, con cuyos nombres conocían el infierno y el demonio. Sus sacerdotes, que se llamaban Macambas, invocaban á las calaveras, teniendo mucho temor á las almas de sus abuelos que llamaban Anitis.

Cuando Julî abrió los doloridos ojos, vió que la casa estaba todavía oscura. Los gallos cantaban. Lo primero que se le ocurrió fué que quizás la Virgen haya hecho el milagro, y el sol no iba á salir á pesar de los gallos que lo invocaban. Levantóse, se persignó, rezó con mucha devocion sus oraciones de la mañana y procurando hacer el menor ruido posible, salió al batalan.

21 Y todos los que le oían estaban atónitos, y decían: ¿No es éste el que asolaba en Jerusalén a los que invocaban este Nombre, y a eso vino acá, para llevarlos presos a los príncipes de los sacerdotes? 22 Pero Saulo se fortaleció más, y confundía a los judíos que moraban en Damasco, comprobando que éste es el Cristo. 23 Y como pasaron muchos días, los Judíos hicieron entre consejo de matarle;

Las tres largas notas repercutieron en los ecos de la montaña con un son legendario. La criada fuele conduciendo por una serie de cuadras sombrías. Por fin, al llegar ante una puerta entornada, Ramiro oyó un coro de mujeres que invocaban plañideramente a Santa Quiteria y a Santa Catalina. Entraron.

En vez de luchar abiertamente por la libertad del pueblo, apelaban al buen sentido del gobierno, invocaban razones jurídicas y humanitarias, se conducían, en fin, como los «sabinos», tan magistralmente pintados por Andreiev en esta piececita. Un lugar salvaje, completamente inculto. Comienza a despuntar el día.

Los religiosos entonaban una salmodia lúgubre que daba terror. Detrás de ellos venía Bracamonte en la mula, cual si fuera el espectro del orgullo. Su lúgubre continente hacía estallar, en las puertas y ventanas, el sollozo de las mujeres, que invocaban a Santa Catalina, a los Santos Mártires y a la Santísima Virgen.