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Fiado en este hechizo, trazó Leopardi el gracioso y lucrativo proyecto de una compañía o sociedad de oyentes, que se haría pagar por oír a los autores. El filósofo que inventa un sistema, el vidente que percibe al numen agitando su alma, y el poeta a quien el estro hiere y aguija con invencible brío, escribirán sus filosofías, sus poesías y sus visiones, aunque nada les valgan.

Lo que ella se pregunta es: «¿cómo le pareceré yo al mundo?». Y a medida que se atavía y se adorna y se embellece con los mil recursos que la moda inventa, piensa la señorita, frente al espejo que refleja su figura de mujer en esbozo: «yo creo que le voy a parecer bonita al mundo». Y esta idea optimista, justificada desde luego, porque la señorita es linda, le produce una alegría exultante, alborozada, llena de íntimo regocijo.

También un compatriota del señor Muñoz Pabón, el sevillano Diego de Hojeda, compuso un hermoso poema sobre la muerte y pasión de Cristo; pero Hojeda nada inventa ni añade a lo esencial de los sucesos que los Evangelios refieren. La actividad de su imaginación se emplea sólo en lo alegórico, simbólico y ultramundano.

Es, dice, el ímpetu de un espíritu dotado de la aptitud más exquisita para sentir, comprender y explicar todo; es el movimiento libre, irregular y audaz de un pensamiento siempre dispuesto, que ama esas trampas tan temidas de los retóricos; las digresiones, y que se abandona con gracia a ellas cuando por casualidad encuentra un misterio del corazón para aclararlo, una contradicción de nuestra naturaleza para estudiarla, una verdad despreciada para enaltecerla: un pensamiento al cual atrae lo desconocido por un secreto magnetismo, y que, bajo apariencias ligeras, penetra en las más oscuras sinuosidades del mundo moral, da a todo lo que inventa, a todo lo que reproduce, el colorido del capricho, y crea por el poder de la fantasía, una imagen móvil de la realidad, más móvil aún.

El hombre, sin duda, no está organizado para comprender lo trascendental de lo que es extraño a él. Así presta sus designios a las cosas e inventa las religiones; así supone que el sol está hecho para alumbrarle y las estrellas para adornar su noche.

Para Santa Teresa es todo ello una ciencia de observación, que descubre o inventa, digámoslo así, y lee en misma, en el seno más hondo de su espíritu, hasta donde llega, atravesando la oscuridad, iluminándolo todo con luz clara, y estudiando y reconociendo su ser interior, sus facultades y potencias, con tan aguda perspicacia, que no hay psicólogo escocés que la venza y supere.

Si lo que temo hubiera sucedido, inventa una explicación verosímil que a nadie comprometa, suponiendo un nombre, relaciones, costumbres, algo en fin que recomiende a la persona que me acompañaba, pero de modo que ni mi caro primo ni Magdalena puedan contratorcer la información, si por casualidad entraran en ganas de verificarla. Aquella misma noche vi a Magdalena.

Mis ensueños navegan por el mar infinito de la eternidad, dulcemente sometidos a la brújula que Dios me ha dado. Si estas palabras no sirven para revelarte el estado de mi espíritu, inventa las que quieras para reflejarlo, en la seguridad de que no existe en el vocabulario término alguno que alcance a reflejar mi éxtasis, el arrobamiento de este amor mío.

A la muchacha le comunica todo lo bueno que el mozo diga de ella, y aún aumenta algo de su propia cosecha; y al mozo todo lo mejor que de él diga la señorita, y si no dice nada, la casamentera lo inventa.

Reniego de la ciencia que inventa medios de destrucción declaró con gesto elocuente el Marqués . Por las vías diplomáticas pudieran las naciones resolver todas sus querellas. ¡La guerra! ¿De qué sirve la guerra? ¿Vale la pena de que perezcan miles de seres humanos por una cuestión que podría arreglarse con un pedazo de papel y una pluma mojada en tinta, puesta en manos de alguna persona que yo me ?