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Acorté el paso, levanté los ojos de las espumosas aguas que corren aprisionadas en el bambán, y la curiosidad hizo me fijara en el grupo, llamando mi atención una bandeja llevada en manos de una dalaga. Los seguí, y al ver entraban en una casa, interrogué á uno de los acompañantes quien me dijo iban á tener un hatiran.

Entonces interrogué a Sa-Tó; y su dedo respetuoso fué señalándome el Templo de los Antepasados, el Palacio de la Soberana Concordia, el pabellón de las Flores de las Letras, el kiosco de los Historiadores, brillando, entre los bosques sagrados que los cercan, con sus tejados lustrosos, azules, verdes, escarlata y de color de limón.

Los tres bajamos juntos la escalera, y al pasar por el hermoso y espacioso patio que conduce a la calle de la Grange-Bateliere, el desconocido saludó al empleado en aquella portería. Aguijoneado, entonces, por la curiosidad, acerqueme a aquel hombre y le interrogué: ¿Conoce usted a ese joven que acaba de marcharse?

El hombre permaneció silencioso durante unos minutos con su único ojo fijo en , inmóvil e irritado. ¡Ah! exclamó al fin con impaciencia. Veo que lo ignora usted todo completamente. Tal vez es mejor que siga así. Luego añadió: Hablemos ahora de otro asunto, del porvenir. ¿Y qué tiene el porvenir? le interrogué. He sido nombrado secretario de Mabel Blair y administrador de sus bienes.

Hablome de mi padre, de toda mi familia, y demostró conocerla tan bien, que no dudé de que fuese el dueño del castillo. ¿Es usted el señor de C...? le dije. Pero él se levantó, mirándome exaltado, y repuso: Lo era, pero ya no lo soy; ya no soy nada. Y al ver el asombro con que yo le oía, agregó: Ni una palabra más, joven; no me interrogue usted...

¿Nada tenían que ver con este paquete de cartas y la cifra? le interrogué impacientemente. No , pues jamás he visto las cartas de que usted hace mención. Cuando llegó aquí una noche fría, estaba exhausto, muerto de hambre y completamente abatido. Le hice comer, le di una cama para que descansara y le dije todo lo que quería saber.

»He soñado esta noche nos dijo que yo era gran señor y primer ministro. »¿En qué reino? le interrogué yo. »Mi sueño no me lo ha dicho. »¿Y qué puesto me daba usted en ese sueño? »Usted, señora... era reina. »¿Y Teobaldo? »¡Confesor del rey! »A esta broma imprevista lancé una carcajada, y mi alegría excitó la de Carlos.

¿Un enemigo tan mortal como el Ceco? le interrogué, mirándole a la cara mientras tanto. ¡El Ceco! tartamudeó, lleno de sorpresa por mi audaz pregunta. ¿Quién le ha hablado de él? ¿Qué sabe usted respecto a ese hombre? El monje se había olvidado evidentemente de lo que le había escrito en la carta a Blair. que está en Londres repliqué, tomando por guía sus propias palabras.

Será una cosa difícil, no hay duda, pero tengo confianza de que al fin triunfaremos, y que usted recuperará el secreto perdido. Pero ¿no podrán utilizarlo mientras tanto los enemigos de Blair? interrogué. ¡Ah! eso no podremos impedirlo, por cierto contestó fray Antonio. Nosotros debemos preocuparnos del porvenir, y dejar que el presente se cuide solo.

¿Quién habrá escrito este registro? le interrogué. Blair no ha sido, eso es evidente. No fue su contestación. Ahora que legalmente le pertenece, por donación de nuestro amigo, y que ha conseguido descifrarlo, puedo, también, contarle algo más sobre eso. , hágalo gritamos ansiosamente los dos. Bien entonces; voy a referir cómo fue explicó el enjuto anciano, apresando el tabaco en su larga pipa.