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Este canto infernal salía de la tienda cuya descripción hemos presentado en el capítulo anterior, y quien lo ejecutaba era el poseedor de aquel establecimiento, el insigne Ramón Pérez. Entonaba las palabras Triste Chactas, etc., con una expresión, con un entusiasmo que le conmovían a él mismo hasta llenarle los ojos de lágrimas.

Deogracias, Rafaela y Blas han jugado diez reales cada uno. Les tocan mil doscientos cincuenta». «El carbonero, ¿a ver el carbonerodijo Barbarita que se interesaba por los jugadores de la última escala lotérica. El carbonero echó diez reales; Juana, nuestra insigne cocinera, veinte, el carnicero quince... A ver, a ver: Pepa la pincha cinco reales, y su hermana otros cinco.

Vista la atrevida torre de la iglesia parroquial de Pedroche, que forma un gracioso obelisco de doscientos piés de altura con su segundo cuerpo circular, invencion caprichosa del célebre Hernan Ruiz el viejo, autor del insigne crucero de la catedral de Córdoba, pasemos adelante: y cruzando el puerto Calatraveño vamos por Espiel y Belmez al castillo de Cuzna describiendo una espiral en nuestro vuelo.

Nosotros somos, nosotros somos, respondian á la par. ¿Con que este es aquel insigne filósofo? decia Martin. Ha, señor arraez levantisco, ¿quanto quiere por el rescate del señor baron de Tunder-ten-tronck, uno de los primeros barones del imperio, y del señor Panglós, el metafísico mas profundo de Alemania?

Síntoma de conciliación era que su tía no le hablaba ya con ira, y aun parecía tenerle en verdadero concepto de hombre o de varón. A veces, hasta parecía que la insigne señora le tenía cierto respeto. ¡Si no hay como mostrarse duro y decidido para que le respeten a uno...! Por lo demás, doña Lupe había vuelto a cuidarle con su acostumbrada solicitud.

Lo que hacía Guillermina era para asustar a cualquiera. Fortunata no se creía con valor para tanto. Y sin embargo, al ver a la insigne dama aristocrática humillarse de aquel modo, avergonzose de no tener valor para imitarla, y sacando fuerzas de flaqueza, ofreció su ayuda.

De los más dulces tiempos de su vida fueron esos: y del solaz de ellos, del gozo de ellos, vino a sacarlo, sacudiéndole las más recónditas fibras del corazón, el grito de independencia lanzado en Yara, en la madrugada heroica del 10 de octubre de 1868, por el varón ilustre, por el caudillo insigne, por Carlos Manuel de Céspedes.

Resabios de su educación primera, llena de juicios absurdos y de imaginaciones infantiles. Este hecho insignificante probará hasta qué punto aquel hombre insigne había sacudido de su inteligencia el polvo de las preocupaciones y había avanzado en el camino de la perfección positiva. Una de las cosas que logró dar más luz a sus lóbulos cerebrales fue la compra de un mono. Era el sueño de su vida.

A él le había pasado vagamente por la cabeza algo semejante; mas no supo formularlo. ¡Qué insigne hombre era Nicolás! ¡Ocurrirle aquello!... Tamizada por la religión, Fortunata volvería a la sociedad limpia de polvo y paja, y entonces ¿quién osaría dudar de su honorabilidad?

Nuestro primitivo tren había continuado su marcha hacia Irún, no bien nos bajamos de él, y después había partido otro con dirección á la insigne ciudad de Zamora. ¡El único que no daba ni señales de pensar en salir era el recién establecido tren de Salamanca! En cambio, salió el sol.