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Bajo este aspecto, en cuanto á la maestría y el dominio de la escena, quizás no reconozca rival alguno, entre todos los poetas dramáticos de las diversas naciones, nuestro insigne dramaturgo castellano; y como ese conocimiento con otras prendas superiores, constituye, innegablemente, un elemento esencial del arte dramático, de aquí también que las comedias de Calderón, sólo por este motivo, por poseer esa cualidad en grado eminente, merecen también calificarse entre las que ocupan el primer rango en el mundo.

Pero no hablemos de ridículo, no mentemos la soga en casa del ahorcado. Si el escritor insigne a quien Leporello moteja...» ¡Por Dios, García! exclamó Tristán avergonzado. ¡Déjame! Yo lo que escribo exclamó García con la misma voz vibrante, campanuda, con que leía su artículo. «Si el escritor insigne a quien...» ¡Pero García, eso es demasiado! ¿No comprendes?...

El bagel se llenó de cabo á cabo, Y su capacidad á nadie niega Copioso asiento, que es lo mas que alabo. Llovió otra nube al gran LOPE DE VEGA, Poeta insigne, á cuyo verso ó prosa Ninguno le aventaja, ni aun le llega. Era cosa de ver marabillosa De los poetas la apretada enjambre, En recitar sus versos muy melosa.

Todo el resto del día estuvo la insigne dama muy atareada, y Estupiñá saliendo y entrando, pues cuando se creía que no faltaba nada, salíamos con que se había olvidado lo más importante.

Su ambición, segada por el sufrimiento, rebrotaba ahora con savia más fuerte. Consideró que Dios no le había llamado porque le reservaba para algún servicio insigne en la tierra. Acababa de pasar por la primera prueba de las vidas predestinadas. Recordó la biografía de los héroes. El comienzo de la fortuna orilló casi siempre los despeñaderos.

El doctor Montifiori fue el primero en advertir que mi tío era un partido; pero ¿cómo, por qué medio iniciar la campaña diplomática para conseguir sus fines? El insigne gomoso pensó, caviló mucho, hasta que un día se dio un golpe en la frente con la mano, como el hombre que ha encontrado la solución de un problema.

Y cuando daba vueltas á su imaginación, se acordó de la señora María Suárez, la insigne esposa del bravo escudero Melchor Argote. ¡Ah! dijo el joven la casa donde dormí anteanoche... paréceme aquella mujer á propósito para cualquier cosa. ¿Pero podré yo dar con la casa?... Y se puso en busca, y al fin, como la suerte le protegía, pudo reconocer la calle y la casa á las pocas vueltas.

Pasó a la sala, donde el insigne portugués estaba ya instalado, en un sillón de seda amarilla, gastadísima, con los flecos deshilachados. Muy señora mía... Servidora de usted... Al nombre de Portas, misia Casilda se animó. ¡Ah, es usted el señor de Portas! Pues precisamente iba yo a su casa ahora.

No se concibe cómo un sistema semejante puede tener cabida en tan elevado entendimiento; cuando se leen las elocuentes páginas en que está desenvuelto, se siente una pena inexplicable al ver empleados rasgos tan brillantes en repetir todas las vulgaridades de los escépticos, para venir á parar á la paradoja mas insigne y al sistema menos filosófico que se pueda imaginar.

Su teatro era la alcantarilla, y un fango espeso y mal oliente cubría todos sus personajes. Y tal era el temperamento de aquel hombre insigne, que cuanto Dios crió lo veía feo, repugnante y asqueroso. Estos epítetos los encajaba en cada página, ensartados como cuentas de rosario.