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Al cabo de unos instantes en que nuestro joven por debajo de sus largas pestañas seguía con mirada inquieta los movimientos de la mano del artista, éste le dijo en voz baja, plegados los labios por una sonrisa afectada que extendía desmesuradamente su boca: Usted es el señorito de Belinchón, ¿verdad? articuló.

Tal es la pregunta que me inquieta mirándoos. Vuestras primeras páginas, las confesiones que nos habéis hecho hasta ahora de vuestro mundo íntimo, hablan de indecisión y de estupor a menudo; nunca de enervación, ni de un definitivo quebranto de la voluntad. Yo bien que el entusiasmo es una surgente viva en vosotros.

La hija menor de don Mariano había atravesado por una terrible crisis, que nadie sospechó siquiera en la casa. Mientras duró se hizo un poco arisca en el trato, más inquieta, más seria y reservada. Pero al fin su espíritu firme y su temperamento sano y equilibrado salieron vencedores.

Si a sus hijos todo los alarma; todo paso adelante o atrás los inquieta, y ni por la gloria celestial, que es cuanto hay que ofrecer, fijarían un clavo fuera del sitio en que le fijaron sus abuelos.

El joven echó sobre su correo una mirada distraída, pero habiendo notado entre las cartas y los diarios un amplio sobre sellado con lacre blanco, hizo un gesto de inquietud. ¡Una carta de María Teresa! murmuró sorprendido. ¿Qué me escribirá? ¿Estará inquieta por mi ausencia? ¡diantre! esto no concuerda con mi proyecto de concluir.

Se me figura un dulce sueño. Pero ¿por qué no dices nada? Pareces inquieta; tu corazón late presuroso. Di, querida mía, ¿qué tienes? ELSA. Nada. Pero el sol de hoy era tan triste... ENRIQUE. Ya se ha puesto. ELSA. , se ha puesto; no está ya en el cielo, y estás aquí, junto a . Pero no, no eres ; es tu espectro de los labios ardientes y la mirada luminosa. ELSA. ¡Es el duque que llega!

Su vida se deslizaría en la monotonía del trabajo diario y del negro cuidado de la existencia, más negro todavía cuando estuviese sola. Y, en un impulso de ternura inquieta, que asustaba a la descuidada criolla, la besaba locamente repitiendo: ¡Oh! querida mía, no me dejes, no me dejes jamás...

Luchaba, lo afirmo, con todas mis fuerzas contra la tentación; pero cuando sentí sus labios sobre mi mano, cuando comprendí que no inspiraba esta acción una banal cortesía sino un sentimiento más profundo, cuando le vi inclinarse hacia mi con una expresión inquieta, afectuosa, especial, cien veces más arrebatadora que la que me había hecho pensar tantas y tantas veces... no pude contenerme.

¿Por qué les da a todos en seguida por hablar entre , sin cuidarse de él para nada? Su regordeta vecina era víctima del mismo abandono. Ambos parecían consternados. Carlota, inquieta, temblorosa, pidió auxilio a su hermanita llamándole la atención acerca de una manteleta que vestía cierta señora que acababa de entrar.

Los dos estaban muy tristes; se comunicaban mirándose su tristeza, y callaban. Tal vez pensaban en planes para lo futuro; quizás ella estaba inquieta por la situación difícil en que uno y otro se encontraban. Entonces entró Pascuala y dijo: ¡Qué miedo! Desde el anochecer están paseándose por delante de la puerta unos hombres. Esta tarde vinieron también. ¡Qué fachas!