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En la casona, enero reinaba exterminador, silbando por las innúmeras rendijas de las ventanas; y en la cocina, enorme y abandonada, entraba por la bocaza bruna de la chimenea y se complacía en apagar el rescoldo mezquino del llar, casi cegado por un montón de helada ceniza. Ya en aquel fogón descascarado no se guisaba en profundas cacerolas ni se trasteaba en continuo ajetreo.

Vencía a los moros en innúmeras batallas, brindaba a la España el reino de Nápoles o el imperio de Moctezuma; y, por fin, de pie en el castillo de una nave inverosímil, destruía para siempre toda la flota del turco, en un nuevo Lepanto prodigioso, que su imaginación soñaba según las estampas.

«Cyrano de Bergerac» se estrenó el 28 de Diciembre de 1897. ¿Cómo en poco más de tres años pudo Rostand salvar la enorme distancia de perfección que separa «Les Romanesques» del magnífico «Cyrano?»... Porque «Cyrano de Bergerac» es algo sublime, arquetipo, maravillosamente armónico, donde todas las vibraciones innúmeras de la carne y del espíritu humanos dejaron prendidos un suspiro y un matiz; obra admirable, alternativamente pintoresca y sombría, alegre y trágica, caballeresca, triste, heróica unas veces á lo Bayardo, y otras, elegante, frívola y burlona á lo Luis XIV, noble siempre, latina, en fin, hasta en sus quintas esencias más íntimas y depuradas, ella sola embebió y conserva en la catarata refulgente y sagrada de sus alejandrinos toda el alma y toda la inspiración de Edmundo Rostand.

En todos los libritos de mística, en todos los devocionarios, leerás estas sencillas palabras: «las vías del Señor son innúmeras», queriendo expresar con ello que los caminos para llegar al cielo son infinitos; que hay, en fin, muchas formas de ser buenos y de practicar el bien.

Era una magnífica noche de estío, templada y serena, una de esas noches en las que innúmeras estrellas semejan en su constante centelleo extensa polvareda de diamantes. La brisa suave y acariciadora como un soplo de amor, arrancaba a la arboleda misteriosos murmullos.

Ni con los siete colores del prisma, ni con las siete notas del pentágrama, en sus combinaciones innúmeras, se puede producir en los colores y en los sonidos una variedad tan asombrosa como la existente en las fisonomías humanas. En la misma manera de andar, en el aire, nos diferenciamos.

Mientras el viajero saltaba del coche, el señor Princetot se decidió a llamar a su criado, ordenándole que se hiciese cargo del equipaje. Delaberge había resuelto por último marchar valientemente hacia las soluciones más breves. Subió ligero los cinco escalones, entró con el dueño de la casa en la cocina en que relucían innúmeras cacerolas de cobre y fue el primero en hablar.