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Mil veces le había oído decir que ninguna mujer le había gustado tanto en la vida. Luego, era un hombre audaz, no conocía la vergüenza; lo mismo le importaba recibir una injuria ó una bofetada que beberse una copa de vino... Ella, claro que no se iba á enamorar de semejante asqueroso; ¡pero las mujeres son tan bestias! En cuanto las adulan se vuelven jalea.

Salido el sol, descubrieron la grandeza de la victoria, grande silencia en todas aquellas campañas, teñida la tierra en sangre, por todas partes montones de hombre y caballos muertos, que afirma Montaner, que llegaron á número de seis mil caballos, y doce mil infantes, y que aquel dia se hicieron tantos y tan señalados hechos en armas, que apenas se pudieran ver mayores; y con encarecer esto no refiere alguno en particular, con grande injuria y agravio de nuestros tiempos, pues tales hazañas merecieran perpetua memoria.

¿Qué se atreve usted á decir? exclamó Núñez levantándose como una furia y apostrofando al primer orador. ¡Qué injuria dirige usted á mis amigos, á mi! , señores gritó el otro: desconfiad de los aragoneses. Un aragonés agitó las turbas el día de la procesión del retrato. Algunos miraron á Lázaro que, mudo y helado, presenciaba aquella escena. Y no lo dudéis continuó el orador.

Todavía aquel corazón angelical perdonaba fácilmente lo que reputaba por injuria; mas ya había dado un paso adelante, ya le era imposible olvidarlo por completo.

Devoró la injuria Pilar, como devoraría en tales circunstancias otra más fuerte aún, y sólo pensó en el elegante viaje que con tanto lucimiento coronaba sus expediciones veraniegas.

Muchas gracias por la parte que me toca. ¡Oh, no me haga usted la injuria de creer que he querido agraviarle!... No hay regla sin excepción.... Pero compare usted la gente del campo con la de la ciudad.

Pero ni aun tuvo tiempo de reposar en la vengativa injuria, o más bien lamentable engaño de doña Guiomar, porque esta, apenas hubo dicho sus últimas palabras, tan últimas, que necesidad no tuvo, ni deseo ni pensamiento de decir ni una sola más, y de poner por obra lo que su desesperación la hacía sentir, que era librarse del peso de su pobre y atormentada existencia, echó mano tan rápida y tan inopinadamente a la espada de Cervantes, que antes de que él pudiese evitarlo la desenvainó, y haciéndose atrás, ante Cervantes quedose inmóvil y muda, mirándole como ojos humanos no han mirado jamás a criatura.

Arma poderosa para combatirla fue la ardiente caridad con que la Regenta se consagró a defender y consolar a De Pas cuando sus enemigos desataron contra él los huracanes de la injuria, que Ana creía de todo en todo calumniosa. La idea de sacrificarse por salvar a aquel hombre a quien debía la redención de su espíritu, se apoderó de la devota.

Temblando de impaciencia y de esperanza, apoyó el oído a la puerta; pero su esperanza quedó frustrada porque las voces parecieron calmarse y se debilitaron... De pronto, como si la condesa le hubiera inferido una injuria sangrienta, el intendente le replicó con nuevo furor. La viuda se inclinó y pegó el oído contra el agujero de la cerradura. En esa actitud oía casi todo lo que decía Mathys.

Usted se quedó a pie, es usted gente ordinaria, canalla. ¡Milagros todos de la ilustración! En la historia antigua no se ve un solo ejemplo de un duelo. Agamenón injuria a Aquiles, y Aquiles se encierra en su tienda, pero no le pide satisfacción. Alcibíades alza el palo sobre Temístocles, y el gran Temístocles, según una expresión de nuestra moderna civilización, queda como un cobarde.