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Y de cierto había entonces, en esta villa y corte de Madrid, no pocas damas de alto copete, cuyo talento y cuya hermosura eran muy inferiores a los de la marquesita; pero que completaban con el desenfado la carencia o la escasez de tan altas cualidades, e infundían vehementes pasiones y eran heroínas de mil galantes aventuras.

Trabajando con este tesón llegaron hasta la mitad del bosque, donde conoció el santo varón que de aquella manera no tanto se habían de sufrir trabajos y vencer dificultades, cuando contrastar poco menos que un imposible; pues fuera del riesgo que había, de que creciendo un poco más el agua quedasen todos anegados, no tenían un palmo de tierra donde reposar de noche, y la molestia y enfado de los mosquitos era más insufrible que estar debajo del agua; por esto se vió precisado á volver atrás hasta que se serenase el tiempo y tomasen nuevo vigor y aliento sus compañeros, aunque el Venerable Padre, á quien los consuelos del cielo infundían tanto ánimo y valor en tantas angustias, que el celo de las almas le hacía casi insensibles todos los trabajos.

El ánimo de Gloria y la confianza que mostraba en los recursos de su imaginación me la infundían a también y me tranquilizaban. Al día siguiente, no conociendo a más jurista en Sevilla que a Olóriz, que estaba en el último año de la carrera, le consulté sobre los requisitos del matrimonio.

En fin; veremos cómo pinta aquello, y si no nos gusta, la puerta la tenemos abierta... Peor están los demás, que van tan a ciegas como nosotros y a la fuerza han de quearse allá, pues no tien pa volverse. Hacía el elogio de las pobres gentes que ocupaban la proa. Los «moros», como ella llamaba a los sirios, eran buenos muchachos y sus compañeras unas pobres que infundían lástima.

Por no perder sus mochilas emprendían arriesgadas ascensiones en la oscuridad. A la menor alarma huían de las gargantas, dando rodeos por lugares casi inaccesibles, que infundían horror al ser vistos a la luz del sol. Los cuervos graznaban asustados en sus alturas al percibir el roce de unos animales desconocidos que gateaban en las tinieblas.

Aquellos diablejos que llevaban el cuchillo en la faja, y á los que no se atrevían á maltratar los peones por miedo á sus venganzas de gato, le infundían mucho miedo. Ellos eran la vanguardia ruidosa de todas las huelgas, comprometiendo á los hombres con sus audacias, haciéndolos ir más allá de lo que se proponían.

Pues a pesar de esta falta de cultura, que a cualquiera parecerá ridícula, era un hombre que se imponía. Nunca entraban deseos de reírse de él. Había cierta energía en su acento y un desdén oculto detrás de su refinada cortesía, que infundían respeto y hasta miedo.

Y el padre y el hijo, las dos almas más cándidas y nobles de la comarca, proseguían silenciosamente su paseo abismados en la admiración que les infundían aquellos miserables á quienes no podían imitar. D.ª Rosario era digna consorte del buen abogado.

Las elecciones le infundían esperanzas de que, si el señorito, elegido diputado, salía de la huronera, de entre la gente inicua que lo prendía en sus redes, era posible que Dios le tocase en el corazón y mudase de conducta. Una cosa preocupaba mucho al buen capellán: ¿el señorito se iría solo a Madrid, o llevaría a su mujer y a la pequeña?

Iba a volver a la vida del contrabando. ¿Mujeres?... para un rato, y después tratarlas a golpes como bestias impúdicas y sin corazón... Quería declararle la guerra a medio mundo, a los ricos, a los que gobernaban, a los que infundían miedo con sus fusiles, y eran la causa de que los pobres fuesen pisoteados por los poderosos.