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La naturaleza, con su incesante trabajo, ha concluído por derribar esta presa; los troncos, arrastrados como palos de buque por la corriente, han conmovido las rocas; el agua se ha infiltrado por las hendiduras, y más ó menos pronto, el lago ha podido vaciarse, abriéndose paso por la brecha practicada entre las dos colinas.

Instintivamente, las manos del joven recorrían la desnudez de su amante, marcando sus tesoros bajo la tela blanca y fina; sentía el suave calor, la palpitación misteriosa de aquella carne que había infiltrado en su cuerpo algo de su propia vida en los espasmos de la pasión, en el dulce arrobamiento de la comunión amorosa.

En vano los chuetas, huyendo de este odio que perduraba a través del progreso, extremaban su catolicismo con una fe vehemente y ciega, en la que influía mucho el terror infiltrado en su alma y en su carne por una persecución de siglos.

El honor, en su carácter indefinido, es alguna cosa superior á la ley y á la moral: no se le razona, se lo siente. Es una religión. Si no tenemos ya la locura de la cruz, conservemos la locura del honor. Además, no hay sentimiento profundamente infiltrado en el alma humana, que si bien se medita, no sea sancionado por la razón.

Cuarenta años pasados a la intemperie, en la cubierta de su buque, sufriendo la lluvia y los rociones del oleaje, le habían infiltrado la humedad hasta los mismos huesos, y, esclavo del reuma, permanecía los más de los días inmóvil en su sillón, prorrumpiendo en quejidos y juramentos cada vez que se ponía en pie.

¡Y no hacen, sin embargo, otra cosa, otra que espiarme noche y día, día y noche, a ver si la estúpida rabia de su perro se ha infiltrado en ! #Marzo 18 # Hace tres días que vivo como debería y desearía hacerlo toda la vida. ¡Me han dejado en paz, por fin, por fin, por fin! #Marzo 19 # ¡Otra vez! ¡Otra vez han comenzado!

Lo que no me impedirá llevar infiltrado en mi sangre y en mi corazón el veneno de la duda, que corromperá mi existencia y también la suya. ¿Quién puede jactarse de ahogar para siempre la sospecha, ese monstruo de cien cabezas siempre renacientes? ¿No he visto a todos los hombres a sus pies? ¿No me inspiró sospechas recientemente Gerardo Lautrec?

Gabriel, encerrado en aquel cuartucho, sin más oyente que el maestro de capilla, olvida la discreción que se había impuesto para conservar su existencia tranquila en la catedral. Podía hablar sin miedo en presencia del artista, y hablaba ardorosamente de los reyes españoles y de la tristeza que habían infiltrado en el país.

La afición, pues, al regalo, á la pompa, á ciertos refinamientos y elegancias y al dinero que lo proporciona todo, no deja de ser natural que se haya infiltrado en las almas de los decaídos sucesores de Francisco Javier, de Francisco de Borja, y de tantos y tantos gloriosos misioneros, confesores y mártires de la fe de Cristo.